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El descanso después de unos días duros era algo necesario que tanto el cuerpo como la mente pedían a gritos. Pero era aún más eficiente si ese descanso se producía cuando se encontraban la paz y la calma, cuando al fin se hallaba algo por lo que luchar y levantarse de la cama por la mañana. En ese caso, el descanso se sentía como un verdadero renacimiento.

Y el recordatorio del motivo por el que Violeta debía seguir adelante estaba justo a su lado cuando despertó. Más concretamente, de pie frente al gran ventanal de la habitación en la que había dormido y vestida con ropa de calle. La granadina sonrió levemente al acordarse del motivo por el que había acabado durmiendo en la habitación de Ruslana la noche anterior.

Aquel día se había propuesto encargarse personalmente de volver a reunir a los Pulseras Rojas, a todos y cada uno de ellos. Violeta se desperezó ruidosamente para llamar la atención de su compañera.

-Buenos días. –dijo con una alegría que hacía una semana que no sacaba a relucir. Estaba sorprendida consigo misma, no esperaba levantarse con esa actitud tan optimista. —¿Por qué vas sin silla de ruedas?

-Porque a las doce me dan los resultados de la biopsia y, como sé que no tengo nada, quiero estar lista para largarme rápido. –dijo con pasotismo Ruslana, jugueteando con las llaves de su moto que guardaba en la mano.

Violeta hizo una mueca de comprensión fingida con su boca y dejó escapar una pequeña risa. –Yo que tú me esperaría a ver los resultados, te lo digo por experiencia. –se sentó en la camilla y agarró su silla de ruedas para sentarse en ella. –No cantes victoria hasta que el tumor esté en la gloria.

Ruslana soltó un soplido y se giró para encararla, mirándola con seriedad. Parecía que ella no se había levantado de tan buen humor.

-No quiero tus consejos de mierda, Violeta. Si estás aquí por eso, vete.

-No estoy aquí por eso. Tranquila, pitbull. –respondió sin perder su expresión simpática y sin molestarse por el tono agresivo que había usado la pelirroja. Comprendía que en sus planes no entraba el volver con los Pulseras, pero para eso estaba allí ella, para encargarse de hacer que esa chica volviese a ser la optimista Ruslana que conoció hacía tres años. –Le prometí a Juan Carlos que reuniría a los Pulseras Rojas y es lo que voy a hacer antes de esta noche.

-Pues no cuentes conmigo. Cuando me digan que estoy bien, desapareceré de este sitio de mierda.

Violeta se encogió de hombros, accionando las ruedas de su silla y encaminándose a la salida de la habitación para marcharse a la que era suya y de Denna, comenzar a recoger sus cosas y asearse rápidamente para así poder comenzar su día cuanto antes.

-Bueno, a mí me gustaría que estuvierais todos y me haría ilusión que tú siguieses siendo la colíder, pero tú haz lo que quieras.

La figura de Juanjo, quien había estado apoyado justo al lado de la puerta contemplando con una sonrisa el carácter ilusionado de la que fue su gran amiga y líder, se acercó a Ruslana sonriente.

-Bueno, ya has oído a Violeta. Quiere que estemos todos y yo sólo puedo estar si tú estás. –se tiró de plancha a la camilla vacía de la granadina para quedar más cerca de Ruslana, que no le hizo caso. –Tienes que volver con los Pulseras, ¿me escuchas?

-No voy a ir, Juanjo. Hoy me voy de aquí para no volver nunca más.

******

La megafonía del hospital comenzaba a funcionar desde muy temprano. El barullo de gente caminando por las primeras plantas indicaba que el edificio comenzaba a funcionar. Todo el mundo se ponía en marcha cuando la luz solar aparecía. Y ese día, el sol brillaba con más fuerza.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora