42. Bicicletes

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Las horas del día previo al cumpleaños de Violeta habían pasado tan lentas que parecía que hiciesen semanas desde que se crearon los planes de la fiesta. Cada cual se entretenía como podía y en la habitación de Denna, esta optó por pegar con masilla en la pared que rodeaba su cama los dibujos que le habían hecho sus primitos pequeños. Estaba inmersa en su monótona tarea cuando un par de toques en la puerta de su habitación la sorprendieron.

-Hola. –saludó Violeta, quien para sorpresa de Almudena no iba en silla de ruedas, sino caminando con su pierna ortopédica y su pelo rojizo postizo recogido en una pequeña coleta baja.

-Hombre, ¿cómo tú por aquí, forastera? –se giró para mirarla y se sentó en el filo de su camilla.

-Ni que hiciese siglos que no vengo a verte, exagerada. –le sonrió. –¿Cómo estás?

-Bien, bien.

-No sé ni para qué te pregunto. Aunque estés fatal me vas a decir que estás perfectamente. –Violeta se apoyó en la barra metálica que había en los pies de la camilla de la chica que antes era rubia para conversar de cerca y sin necesidad de tomar asiento.

Ya eran casi las cinco de la tarde y se había vestido de calle expresamente para ir a ver el piso junto al resto de los Pulseras.

-Mimimimi. –se burló Denna, haciendo un gesto bastante cómico y que Violeta imitó de forma aún más exagerada. –¿Y por qué tendría que estar mal, según tú?

-Oye, que yo tampoco he dicho que no estés bien. –levantó sus manos para demostrar su inocencia.

-Ya, pero lo has insinuado. –levantó su dedo índice, señalándola acusatoriamente como si de una jueza de tratase.

-No, no he insinuado nada.

-Sí, sí que lo has hecho.

-Sois muy complicadas.

Ambas chicas se giraron hacia el muchacho que las había sacado del pequeño pique amistoso e improvisado. Era el nuevo compañero de habitación de Denna, un chico castaño y bajito, con leucemia y síndrome de Down llamado Joan. A simple vista parecía inofensivo, pero cada vez que decía una sola palabra dejaba pensativos a todos los presentes. Desde sus ojos, el mundo se veía de una forma tan simple y concreta que, si todos los seres humanos tuviesen su misma capacidad de percepción, el universo sería un poco mejor.

-¡Es ella la que ha empezado! –la señaló Violeta con las dos manos, a lo que Almudena abrió su boca, fingiendo ofensión.

-¡Qué va, pero si siempre es ella!

-¿Lo veis? –corroboró Joan, que estaba sentado en su camilla terminando de tomarse su merienda.

Las dos chicas se quedaron en silencio durante unos segundos, pensativas y sonriéndose al haberse visto descubierta la dificultad de su relación. Violeta carraspeó tras un rato, llevando a cabo el propósito por el que había ido a la habitación.

-¿Sabes que esta noche es mi cumpleaños?

-Ah, ¿sí? –se hizo la sorprendida, pues lo sabía con anterioridad. En el hospital, casi todos conocían a Violeta y muchas veces los sanitarios parloteaban sobre ella sin discreción cuando iban de pasillo en pasillo. –Pues felicidades adelantadas. ¿Cuántos cumples?

-Veinte. –respondió avergonzada, como si le diese respeto que todo el mundo la felicitase en su día especial.

-Guau, esa edad es muy seria, ¿eh?

-Sí, sí. –se rascó la nuca, nerviosa. –Venía a decirte que estamos montando una fiesta en el hospital para esta noche. Bueno, un baile. ¿Te apetece venir?

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora