50. Ballar les onades

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Los Pulseras decidieron no entretenerse demasiado aquella mañana, pese a que la mayoría aún no pudiese ni cargar con el peso de su propio cuerpo. Los tres Pulseras que habían aguantado hasta el final de la fiesta de la noche anterior, entre canciones de reggaetón, unos cuantos chupitos extra y divagaciones típicas del estado de embriaguez, se decantaron por un plan tranquilo para pasar el día.

Así que, tras desayunar unos macarrones con tomate fríos que Violeta se había encargado de robar del buffet del hotel, decidieron continuar su viaje, de nuevo con Bea al volante de la furgoneta pese a la insistencia de Chiara por querer conducir ella misma. El grupo decidió no revelar el destino a la pareja.

Martin se decantó por el asiento de copiloto junto a Ruslana, que se sentó entre de ellos dos al estar juntos los asientos delanteros. Así dejaron a las 'kivi', como ellos habían decidido bautizarlas hacía apenas unos minutos, juntas en la parte trasera.

Violeta no se molestó en gastar ni cinco minutos desde que el vehículo arrancó para recostarse perezosamente sobre el regazo de su novia, quien sonrió divertida y la ayudó a acomodarse entre sus piernas para que se sintiese como en las nubes.

-Míralas, ni un minuto y medio han tardado. –cuchicheó Martin al oído de Ruslana, algo que picó en la curiosidad de la ucraniana, por lo que la más pequeña del grupo también le hizo un gesto con la cabeza a Bea para que girase la cabeza y las viese.

Una vez comprobada la posición de pareja casada habían tomado, Ruslana rodó los ojos pensando en lo que le quedaba por aguantar durante el viaje. La furgoneta de los Pulseras recorrió las carreteras principales de Mallorca en busca del destino que habían elegido, pasando cerca de playas dignas de postal, de paisajes y zonas verdes que deberían ser catalogadas como una belleza natural intocable y siendo partícipes de cómo el sol viajaba a lo largo del cielo cada vez más azul y despejado hasta dar una vuelta completa por este.

Sin embargo, al ser tan temprano y haber descansado tan pocas horas, todos excepto la conductora se quedaron completamente dormidos en sus asientos a cada cual en una posición más incómoda que el anterior. Martin, que tenía la boca completamente abierta, había apoyado su cabeza en el cristal de la furgoneta, que rebotaba por culpa de las imperfecciones del asfalto y con Ruslana recostada en su hombro, encogida sobre sí misma y con uno de sus brazos totalmente doblado.

Las cosas por detrás no eran mucho más diferentes. Chiara había rescatado un par de almohadas de la parte trasera de la furgoneta y se los había colocado en la espalda para quedar extendida sobre los tres asientos. Aprovechando esta postura, Violeta, alentada por su novia, se había tumbado sobre ella bocabajo tras quitarse su prótesis y quedando su cabeza apoyada en el pecho de Chiara, descansando el peso de su cuerpo sobre la calidez de su piel y moviéndose con el ligero sube-baja de la respiración de la pelinegra. Una mano de la menorquina estaba apoyada en la lumbar de su novia y la otra la había entrelazado con la de Violeta. Eran incapaces de soltarse, ni siquiera cuando el sueño las vencía.

-No me merezco tener amigos tan poco considerados conmigo, yo no vuelvo a conducir más. –gruñó Bea, mientras se concentraba en llegar cuanto antes al destino para dejar de manejar el volante en completa soledad mientras escuchaba los ronquidos varios de los integrantes de su grupo.

-¿Cuánto queda? –escuchó murmurar a Violeta desde atrás, aunque realmente la había oído de milagro, ya que esta tenía su mejilla aplastada en la piel de Chiara y estaba más en otro plano astral que en el mundo terrenal.

-¿Para qué lo quieres saber? Si tú estás más a gusto que nadie.

-Porque m'estic pixant. –repitió la frase que le había enseñado su novia y volvió a cerrar los ojos, incapaz de resistir el sueño.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora