6. A fora

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El silencio combinado con el ambiente helado caracterizaba la sala donde se realizaban los TAC. Incluso en los vestidores el frío helaba calaba los huesos. A Violeta le daba escalofríos estar en esa zona, y eso que ya le podrían convalidar el graduado en esa prueba.

De todas formas, a la granadina también le encantaba pensar en esos momentos de soledad. Aquellos minutos que tenía para desvestirse y después pasar por el aro eran lo único que permitía a Violeta ordenar sus pensamientos y ponerles un poco de paz, ya que en el hospital las emociones se arremolinan todas al mismo tiempo y gestionarlas rodeada de gente que vive por y para vigilarte durante todo el día a veces se vuelve misión imposible. Hacía ya mucho tiempo que había aprendido a existir entre aquellas cuatro paredes y se había adaptado a no tener ninguna intimidad, a no tener ni un solo minuto de paz mental con la única compañía que se brindaba a sí misma.

Pero esos minutos de paz se vieron interrumpidos cuando, mientras que ella se vestía con parsimonia, la cortina del cubículo donde se encontraba se abrió abruptamente, dejando ver a una mujer vestida con una bata blanca sobre un uniforme verde, con melena alocada y unos envidiables rizos dorados. La doctora tuvo unos segundos de margen antes de girar su cabeza en los que apreció el torso desnudo de la andaluza, tan solo cubierto por un sujetador deportivo y que dejaba ver un apósito blanco en parte superior derecha de su cuerpo, donde estaba insertado el reservorio.

-Ay, Miriam. Si querías verme desnuda solo tendrías que haber llamado un minuto antes y ya. Pero avisa antes, por favor. –bromeó Violeta abrochándose los botones de su camisa azul del hospital y sonriéndole mientras salía del cubículo sobre su silla.

-Si yo ya os he visto desnuda muchas veces, Violeta. –respondió la doctora con sorna.

-Ah, ¿sí? –sonrió sin apartar la mirada de ella.

-Claro, cuando te hacemos las radiografías. Te vemos hasta el esófago.

-¿Y qué tal mi esófago? ¿Es bonito?

-Está bien. Normal. –la rubia trató de mantenerla a raya, aunque sabía que Violeta era siempre muy juguetona. Ella adoraba el buen humor que tenía siempre, pese a su dura situación.

-Admite que te gusta. –insistió ladeando su cabeza y parpadeando rápido con sus ojos.

-Cuando crezcas vas a ser un peligro, Violetita. –comentó Miriam soltando una carcajada y sentándose en una banqueta de madera que colindaba con la pared.

-No te creas, soy mucho más inofensiva de lo que parece. ¿Qué querías?

-Que te esperes ahora un momento, que te voy a dar el sobre con los resultados y se los llevas al oncólogo. –habló la rubia balanceando sus piernas sobre la banqueta donde se sentaba. A ella le gustaba hablar a la misma altura que sus pacientes, sabía que eso les hacía sentir más cómodos.

Violeta borró su sonrisa y su expresión se volvió más seria que de costumbre. Negó con la cabeza. –Te has equivocado, Miriam. Hace unos días me dijeron que estaría tres semanas más en traumatología antes de volver a oncología.

La doctora frunció el ceño, pensativa. –No, yo creo que no. Si la masa que tienes en el pulmón ha crecido tendrás que volver a oncología esta semana.

El rostro de la motrileña se torció ligeramente y bufó. –No me digas eso. Si volví de oncología hace solo dos semanas. No me ha dado tiempo ni a recuperarme de la última quimio.

-Lo siento, Violeta. Pero bueno, quién sabe. A lo mejor la masa del pulmón sigue estable y te puedes quedar en trauma tres semanas más. –intentó animarla la simpática doctora.

Violeta se acercó hacia el lugar donde Miriam estaba sentada empujando las ruedas de su silla y la miró poniendo su mejor cara de cachorro degollado. Aquella forma de convencer tanto al personal médico como a cualquier persona le había funcionado en la mayoría de las ocasiones. Nadie solía decir que no a una chica con cáncer.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora