4. La meva terra és el mar

1.3K 55 5
                                    

When you were here before

Couldn't look you in the eye

You're just like an angel

Your skin makes me cry

Violeta solía canturrear melodías que se le pasaban por la cabeza cuando estaba aburrida y nerviosa. La música era su pasión, siempre le había definido como persona. Su sueño era aprender a tocar el piano pese a nunca haber tenido esa oportunidad, pero ser cantante aún estaba presente en sus pensamientos, aunque nadie salvo su tía lo supiese.

Mientras esperaba se miró la muñeca derecha, concretamente la pulsera roja que le había regalado Chiara en forma de rosa aquella misma mañana. Se la había colocado en el brazo contrario al que tenía el resto de las pulseras rojas que le habían puesto durante sus cirugías porque quería diferenciarlas. Pese a que parecía que todas eran iguales, la de la menorquina era especial.

Había sido su primera rosa de Sant Jordi y eso no se le iba a olvidar en la vida.

La granadina cogió una de las prótesis en forma de pie humano que reposaban sobre la mesa y comenzó a intentar moldearlas y doblarlas a su antojo, aunque eran demasiado rígidas para su gusto. Seguro que eran parte de las prótesis de low cost que subvencionaba la seguridad social, aquellas con las que ni siquiera se podía caminar de forma natural.

Unos pasos se escucharon tras ella y giró su cabeza esperando encontrarse con el ortopedista que iba a mostrarle las prótesis para su pierna. Sin embargo, se encontró con unos sonrientes Ruslana y Martin que se adentraron en la habitación sin pedir permiso

-¿Qué hacéis vosotros aquí? –se extrañó Violeta mirándola con el ceño fruncido, casi analizándola.

-¿Recuerdas hace quince minutos en el ascensor, cuando me dijiste que ibas a hacerte unas pruebas mientras me evitabas el contacto visual todo el rato? –Violeta asintió sin relajar su expresión. –Bueno, pues justo después escuché a las enfermeras hablar entre ellas de que hoy tenías que bajar aquí, así que hemos venido a acompañarte.

-Eres una cotilla, tía.

Ruslana se fijó entonces en que la solitaria pulsera roja que envolvía la muñeca de la andaluza llevaba sus propios datos y apretó los labios ligeramente, dándose cuenta de que habría sido Chiara quien se la había regalado. Violeta se dio cuenta de lo que observaba y se quitó otra de las pulseras que tenía en el otro brazo para dársela a Martin.

-He llegado a la conclusión de que Kiki y tú habéis decidido que la pulsera va a ser nuestro símbolo así que toma, bohemio. Bienvenido oficialmente a los Pulseras Rojas.

-Gracias, Vio. -le guiñó un ojo el vasco. -Yo he pensado que quiero ser el responsable. No puedo permitir que os matéis haciendo alguna tontería.

-En realidad le he obligado yo a tener esa labor. No hay nadie que haga más de padre que él. -le acarició la pelirroja la melena a su amigo para molestarlo.

-Más que padre soy madre, porque siempre estoy sirviendo.

-Sirviendo vergüenza, Martin. -comenzaron una pequeña y absurda pelea que Violeta tuvo que terminar deteniendo.

-Pues nada, supongo que estoy encantado de formar parte de esta secta satánica llena de locas del coño. –rio el chico con diversión y recolocándose su pulsera en su muñeca derecha.

Ruslana comenzó a repasar toda la habitación en la que se encontraban. Había varios pares de muletas apoyados en una pared y algunas sillas de ruedas plegadas en un rincón. Se le iluminaron los ojos pensando en el día en que le tocase a ella probarse piernas ortopédicas y poder volver a caminar como hacía unas semanas.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora