8. Vivim la nit

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En el hospital, las noches se hacen más largas, más intensas. El silencio de los pasillos era sustituido por los quejidos de algunos enfermos que no lograban dormir o por los pitidos de las máquinas que parecían no callar nunca, capaces de arrancar hasta la última gota de sueño a sus pacientes. Y Chiara, que aún era muy inexperta en ese hospital, siempre intentaba que ese silencio se escuchase lo menos posible con su ancha verborrea. Y no fue consciente hasta esa noche de que en ocasiones el sonido del silencio era necesario.

En el ascensor en el que iban montadas Chiara y Violeta solo se escuchaba el sonido del motor del aparato subiendo de plantas. Cada una sumida en sus propios pensamientos, las dos cogidas de la mano por pura inercia. Sus sillas estaban separadas pero lo suficientemente cerca como para notar el calor que emanaban sus cuerpos.

Chiara quería desesperadamente decirle algo a la pelirroja. Quería intentar animarla, volver a verla sonreír como los días anteriores. Quería ser ella la responsable de que el universo se volviese a iluminar con la alegría de Violeta, con su aura limpia y optimista. Sobre todo, quería que la granadina se centrase solo en ella y olvidase todos sus problemas.

Violeta quería romper ese silencio para hablar con la pelinegra sobre cualquier tontería que hiciese vibrar su corazón. Quería escuchar las pequeñas carcajadas que le regalaba la más pequeña cuando ella misma la hacía reír para olvidarse de todos sus problemas.

Chiara tuvo que ser la que rompería ese denso silencio que se había instalado en el cubículo para sacarse una espina que llevaba clavada desde hacía un rato.

-Perdón por no haberte apoyado antes con lo de la pintura. –su voz sonó más fina de lo normal y con un matiz de duda que sorprendió a la motrileña.

-Era una tontería pintar las habitaciones, no pasa nada, Kiki. –respondió mirándola con ternura.

-¿No te ha molestado? Es que me ha parecido un poco violento. -insistió sonriendo nerviosa.

-¿Cómo va a ser violento que no me apoyases en esa tontería? -totalmente rendida ante la cara de inocencia que tenía su amiga se unió a la sonrisa que le regalaba esta, acariciando el pelo de Chiara cuando esta escondió su rostro en el hombro de la granadina por vergüenza unos instantes.

-Oye y ¿estás segura de que la señora Herminia va a tener los walkies? -preguntó la balear cuando salieron del ascensor.

-Por eso no te preocupes que esa mujer tiene de todo. Un día tenía hasta un microondas y una bici estática. Es como Doraemon, tiene un bolsillo mágico en su habitación. –sonrió la pelirroja, de mucho mejor humor que hacía cinco minutos.

Le habían bastado dos frases de Chiara para que su estado de ánimo pasase de ser negativo a positivo.

-¿Lo dices de verdad?

-Bueno, puede que lo de la bici sea un poco exagerado. –admitió Violeta. –Pero el resto sí que es verdad, te lo juro, Kiki.

-Buah, pues ojalá tenga una guitarra. Me encantaría tocarla en el hospital, pero mi madre no me dejó traerla y la dejamos en Menorca. -se emocionó. Violeta amaba cuando hablaba de todo lo que estuviese relacionado con la música con tanta pasión.

-Yo no sé tocar la guitarra, nunca he tenido ningún instrumento.

-Yo te puedo enseñar si consigo una. -elevó su tono de voz por la ilusión de pensar en esa situación. -Sería súper guay, me sé muchísimas canciones y podríamos cantar juntas.

-Sería súper guay, Kiki. Algún día tenemos que dar un mini concierto tú y yo.

Y, de nuevo, un nuevo silencio intercedió entre ambas chicas como si fuese un muro invisible que se levantaba, la incertidumbre de la posible marcha de Violeta a otra ala del hospital pesaba sobre ellas cada vez más y todos esos planes que se prometían se tambaleaban como un castillo de naipes.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora