43. Perdo el nord

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Violeta observó el reflejo que le daba el enorme espejo del baño de sí misma y abrió la boca sorprendida y de forma inconsciente. Parpadeó rápidamente un par de veces, intentando asimilar lo que estaba sucediendo y el motivo por el que su cabeza anteriormente desnuda tenía ahora una melena castaña oscurecida y perfectamente peinada en ondas suaves. Tampoco llevaba su vestido negro de la fiesta. Ahora vestía unos vaqueros anchos con rotos en las rodillas y un top blanco de tirantes junto a una camisa azul cielo abierta. Al cuello ya no llevaba su collar de cerezas, sino uno con un perro de color naranja y al darse cuenta de ello miró su antebrazo, el cual tampoco estaba tatuado con la letra de Chiara.

Se acercó al espejo lentamente y se agarró algunos mechones de su melena para tirar de ellos y verificar que no estaba loca, que no era una peluca ni una imaginación fruto del poco alcohol que llevaba en la sangre. Se hizo daño al estirarse, lo que la sorprendió aún más.

-¿Esto es real?

-Totalmente, Violeta. –asintió Aitana a sus espaldas, sonriendo al ver la reacción de la chica.

Se dio cuenta de algo repentinamente y se separó del espejo para alzar su pierna derecha, la cual era de carne y hueso y podía sentirla a través de los pantalones. La palpó con los ojos a punto de salírsele de las órbitas y su corazón comenzó a viajar con fuerza de ilusión.

-El cambio no es solo físico, es de verdad. –informó la del flequillo. –Tu vida es totalmente distinta, tú nunca has estado enferma.

Violeta siguió descubriéndose por todo su cuerpo, tocándose el abdomen y notando que tampoco tenía la reciente cicatriz de la biopsia ni las demás marcas de las operaciones del pulmón. No había señales de que un bisturí hubiese tocado alguna vez su cuerpo. Su cabeza dio vueltas a una velocidad vertiginosa y su felicidad dejó de estar eclipsada por la incertidumbre de saber si lo que estaba viviendo era una realidad o una simple quimera.

-Esto es un sueño... —murmuró cuando aceptó que estaba completamente sana por primera vez desde hacía casi seis años. –¡Esto es lo que llevo soñando desde que ingresé aquí! –se giró hacia Aitana con una enorme sonrisa en su rostro. –Pero oye, ¿y las cenizas de Juan Carlos? –señaló el hueco vacío del lavabo que antes ocupaba la urna.

Sus fotos, neceseres y objetos personales habían desaparecido del baño.

-Nunca lo has conocido al no haber estado ingresada.

-Ah, claro, tiene sentido. –se rascó la cabeza, confusa. –Bueno, ¿y ahora qué hago?

-Pues lo que quieras. –se encogió de hombros.

-¿Lo que yo quiera? –preguntó con la voz de una niña de corta edad y los ojos chispeándole de ilusión. –¿Entonces me puedo ir del hospital?

-Pues claro, no estás ingresada. –se acercó a ella. –Pero antes tienes que saber un pequeño detalle.

-¿Cuál?

-Solo me vas a poder ver tú. Nadie más.

-Ah, un pequeño detalle nada más, ¿no? –sonrió burlonamente, deseando salir de allí y comerse el mundo de su nueva vida a bocados gigantes.

Se acercó a la salida y abrió la puerta del baño, viendo que ahora el lugar de su camilla lo ocupaba su tía Susana, por lo que perdió la sonrisa.

-Gracias por venir, Violeta. –le sonrió la chica. Ella se acercó a los pies de su camilla como si acabase de ver a un fantasma. No comprendía nada. No sabía nada de lo que pasaba en aquel mundo tan nuevo y desconocido para ella y ver a su tía recostada en la que hasta hacía dos minutos era su cama, le había chocado de sobremanera. –Digo que gracias por venir a verme el día de tu cumple. Te lo agradezco mucho, corazón.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora