Capítulo 3

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No entendía muy bien la situación, pero sabía que no podía dejarla sola. Aunque parecía un poco loca, sentía que necesitaba mi ayuda. Decidí llevarla a mi casa. Me quedé observando su rostro; realmente era bonita. ¿Por qué estaba tan nerviosa cuando me vio? Quizás no debí dejarla sola. Seguramente, si me hubiera quedado con ella, no se habría desmayado. ¿Pero qué iba a hacer? Ella insistió en que me fuera. Además, estaba muy borde. Me ofrecí a llevarla, algo que no cualquiera haría.

Llegamos a mi casa y la llevé al cuarto de invitados. Le pedí a una sirvienta que le cambiara la ropa y le pusiera un pijama cómodo. Soy un hombre precavido; me gusta tener de todo un poco. Nunca se sabe cuándo te puedes encontrar en una situación similar.

Llamé al doctor, quien me informó que tardaría unos veinte minutos en llegar.

El médico llegó a la casa, así que pedí a mi asistente que lo guiara hasta la habitación de invitados y que revisara a la chica. Mientras tanto, me preparé una taza de té verde, esperando que el diagnóstico no fuera grave.

De repente, escuché gritos desde la habitación donde estaba el médico con la chica. Alarmado, dejé mi té a un lado y corrí hacia allí. Cuando abrí la puerta, vi al doctor con los brazos en alto, claramente desconcertado, mientras ella gritaba.

—¡Fuera de aquí, quién es usted, no me toque! —exclamaba la chica con angustia.

Me acerqué a ella rápidamente, tratando de calmarla.

—Cálmate, te desmayaste en mis brazos —le expliqué suavemente.

—¿Dónde estoy? —preguntó con confusión.

—Estás en mi casa. Después de que te desmayaras, decidí traerte aquí para que el médico pudiera ayudarte —respondí con calma.

—Oh, ¿y él? ¿Este hombre es...? —empezó a decir, mirando hacia el médico con curiosidad.

Sonreí ligeramente y asentí con la cabeza, dejando que ella conectara los puntos. La chica bajó la cabeza y se disculpó avergonzada. Observé la escena mientras el médico continuaba con su examen. La chica me miró con preocupación y me pidió privacidad...

—¿Podrías dejarnos a solas? —me pidió el médico con amabilidad.

Asentí en silencio y salí de la habitación sin decir una palabra. Era prudente que el doctor y la paciente tuvieran un momento de privacidad. Me senté en una butaca negra que había en el pasillo, esperando pacientemente. Después de un tiempo, el médico salió del cuarto con una sonrisa tranquilizadora.

—Señor, todo ha salido bien. La joven solo está exhausta. Necesita descansar e hidratarse bien —informó el doctor con calma y profesionalismo.

—Gracias, doctor, y disculpe la hora. Aquí tiene por su servicio —respondí entregándole un billete como muestra de agradecimiento.

Decidí entrar para ver cómo estaba. Al abrir la puerta, noté que la cama estaba vacía. ¿Dónde se había metido? Recordé las instrucciones del doctor sobre la necesidad de descanso. Busqué por toda la habitación, pero no la encontré. De repente, escuché una voz femenina proveniente del cuarto de baño.

—Necesitaba tanto un buen baño de espuma. ¡Qué bañera tan enorme! Después del susto que me he dado, esto me irá bien. ¡Esto es increíble! -exclamó con alivio y sorpresa.

Así que estaba tomando un baño, ¿eh? Parecía que se sentía mejor de lo que el médico había sugerido.

Me acerqué al cuarto de baño y abrí la puerta ligeramente, sin hacer ruido. La vi, hermosa y relajada, recostada en la bañera con el pelo recogido y enjabonando sus piernas. ¿Velas? ¿De dónde las había sacado? Me quedé mirándola, fascinado por su tranquilidad. Pero, ¿qué hacía yo allí? Parecía que estaba invadiendo su privacidad. Justo cuando iba a retirarme, ella se dio cuenta de mi presencia y giró brevemente la cabeza.

Donde el espejo nos separaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora