XXVI

23 2 0
                                    

Lo que sucede a continuación pasa tan deprisa y es tan absurdo. El tiempo y el espacio pierden significado conforme la niebla me invade el cerebro, atontando pensamientos y haciéndolo todo irreal. Algún profundo deseo animal de seguir viva me mantiene renqueando detrás de Finnick y Peeta, moviéndome, aunque quizá esté ya muerta. Algunas partes de mí están muertas o, al menos, no cabe duda de que se están muriendo. Y Mags está muerta. Eso lo sé, o quizá crea que lo sé, porque no tiene sentido.

La niebla nos alcanza llamando a nuestras espaldas, haciéndonos retocarnos de dolor. No lo notamos pero el camino termino haciéndonos caer por la maleza de la jungla. Al llegar al suelo firme volteo, viendo la neblina llegar hasta nosotros, ya no tengo fuerza para seguir corriendo, dejar a Peeta, a Finnick no era opción, así que solo me quedo contemplando, pero de un momento a otro es como si hubiera una pared que nos separara, haciendo que se empiece a elevar, como si el cielo la aspirara sin dejar ni un rastro de ella.

Seguimos recostados intentado recuperar el aliento y queriendo que el dolor desapareciera por completo. Levanto la mirada y veo a un par de lo que, supongo, es un mono. Nunca había visto un mono de verdad, aunque sí debo de haber visto alguna imagen, o alguno en los juegos, porque, cuando veo los animales, ésa es la primera palabra que me viene a la cabeza. Se me queda viendo y desaparece por el momento.

Empiezo a arrastrarme como puedo, en estos momentos, caminar supone una hazaña tan increíble como volar; me arrastro hasta que llegamos a una estrecha franja de playa arenosa y el agua cálida que rodea la Cornucopia.

«Echar sal en la herida.» Por fin entiendo de verdad la expresión, porque la sal del agua hace que el dolor de las heridas me resulte tan cegador que estoy a punto de desmayarme. Sin embargo, noto algo más, como una succión. Experimento poniendo con cuidado una mano en el agua. Doloroso, sí, pero cada vez menos. Y, a través de la capa de agua azul, veo una sustancia lechosa que me sale de las heridas de la piel. Conforme desaparece la sustancia, también lo hace el dolor.  Poco a poco, trocito a trocito, saco el veneno de mis heridas. 

- ¡El agua! El agua ayuda.

Peeta se acerca de la misma manera que yo, arrastrando su cuerpo hasta llegar conmigo para que el agua le quite el dolor, mientras que Finnick ha retrocedido del agua al primer contacto y está tumbado boca abajo en la arena; o no puede o no quiere purgarse.

Finalmente, cuando ya he sobrevivido a lo peor, que es abrir los ojos bajo el agua, respirar sumergida y echarlo todo afuera, e incluso hacer gárgaras varias veces para limpiarme la garganta, me siento lo bastante recuperada para ayudar a Finnick. Empiezo a usar de nuevo la pierna, pero los brazos siguen sufriendo espasmos. No puedo arrastrar a Finnick hasta las olas y, además, es posible que el dolor lo matara, así que me lleno las temblorosas manos de agua y se la echo en los puños. Como no está sumergido, el veneno sale de sus heridas igual que ha entrado, en volutas de niebla de las que procuro apartarme. Peeta se ha recuperado lo suficiente para colaborar, ayudándome a llevarlo al agua. Tiramos de uno cada uno y le damos la vuelta ciento ochenta grados, para después arrastrarlo hacia el agua salada.

 Descubro que, cuanto más tiempo paso en el agua, mejor me siento. No el sólo la piel, sino que también mejora mi control del cerebro y los músculos, y veo que la cara de Peeta empieza a recuperar la normalidad: levanta el párpado y pierde la mueca.Miro a mi alrededor, cada vez más consciente de lo peligrosa que es nuestra situación. Pese a ser de noche, esta luna emite demasiada luz para ocultarse. Tenemos suerte de que nadie nos haya atacado todavía. Podríamos verlos venir desde la Cornucopia, pero, si los cuatro profesionales nos atacaran, acabarían con nosotros. Aunque no nos hayan visto a la primera, los gemidos de Finnick nos delatarán pronto.

Finnick empieza a revivir lentamente. Abre los ojos, fija la mirada en nosotros y vemos que es consciente de que le ayudamos. Permito que descanse la cabeza en mi regazo y lo dejamos empaparse diez minutos con todo el cuerpo sumergido del cuello para abajo. Peeta y yo nos sonreímos cuando él saca los brazos del agua.

El tiempo paso, seguimos intentando limpiar nuestras heridas. Ninguno decía nada, pero alguien tenia que romper el silencio.

- Lamento lo de Mags.- Finnick se detiene al escuchar mis palabras, dejando notar el dolor en su rostro.

- No iba a sobrevivir. Así que... - Finnick se queda callado, observando hacia dónde se encontraba Peeta, al voltear no dudo en agarrar una flecha con los mas delicados movimientos que podría hacer. 

De un momento a otro estábamos rodeados, Finnick agarra su arma, Peeta a un no se da cuenta de la situación, veo del otro lado de la jungla la Cornucopia a unos cuantos sentimientos, lo único que se me ocurre es llegar hacia allá. 

- Peeta. - él me contesta a mi llamado. - Camina hacia acá despacio.

El mono le ruge a unos centímetros de la cara a Peeta, el lentamente empieza a retroceder pero estos lo empiezan a seguir, dejándonos mas acorralados y cada vez salían mas.

- Corran a la playa. - mi plan fue inútil al ver que los monos cubrían el camino hacia ella.

Los monos empezaron ponerse mas agresivos, hasta que uno salta a mis espaldas y Peeta logra matarlo con la espada. 

Solo pienso que debo cuidar las flechas, cuando empiezo a dispararle a todo lo que se nos acercaba. Peeta, Finnick y yo nos colocamos formando un triángulo, con unos cuantos metros de distancia entre nosotros y dándonos la espalda. Se me cae el alma a los pies cuando saco la última flecha. Entonces recuerdo que Peeta tiene otro carcaj y que no está disparando, sino cortando con el cuchillo. Yo también he sacado el mío, pero los monos son más rápidos y saltan adelante y atrás tan deprisa que no me dan tiempo a reaccionar.

—¡Peeta! —le grito—. ¡Tus flechas!

Peeta se vuelve para ver qué me pasa y empieza a descolgarse el carcaj del hombro cuando sucede: un mono salta de un árbol y aterriza en su pecho. No tengo flechas, no puedo disparar. Oigo el golpe del tridente de Finnick al dar en otro objetivo y sé que su arma está ocupada. Peeta no puede usar el brazo del cuchillo e intenta sacar el carcaj. Lanzo mi cuchillo al muto que se acerca, pero la criatura da un salto mortal para esquivarlo y sigue su trayectoria.

Sin armas, indefensa, hago lo único que se me ocurre: correr hacia Peeta y tirarlo al suelo para protegerlo con mi cuerpo, aunque sé que no llegaré a tiempo.

Sin embargo, ella sí llega. Es como si apareciese de la nada, de repente, dando vueltas, delante de Peeta. Está ensangrentada, con la boca abierta para dejar escapar un chillido agudo y las pupilas tan grandes que sus ojos parecen agujeros negros.

La lunática adicta a la morflina del Distrito 6 se lanza sobre el mono, como si lo abrazara con sus brazos esqueléticos, y el animal le clava los colmillos en el pecho salvándole la vida a Peeta.

*********************************************
Hola!!

Espero les haya gustado, si es así saben que nos encantaría que nos apoyen dándole

Cualquier duda u opinión es bienvenida en los comments ♥︎

H&F

¿Quién eres? - En Llamas - Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora