II

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Mientras camino hacia la Aldea de los Vencedores empieza a nevar un poco. Los mineros vienen caminando, hoy todos terminaron sus turnos temprano para la despedida, a lo lejos lo veo a el, un poco sucio pero no tanto como los demás. Le sonrió levemente al igual que él, pero él toma su camino a su casa al igual que yo el mio.

Llevábamos días sin dirigirnos la palabra, pero mínimo al verme aun me mostraba una pequeña sonrisa, y todo esto ocurrió después del incidente de la semana pasada.

Ambos empezamos a caminar sin decir nada, terminamos atrás de uno de los edificios donde no había un alma deambulando.

- ¿Vendrás a la estación del tren? -

- Ya abra bastante gente despidiéndote - contesta poniéndose a un metro de mi

- Pero muy poca me importa -

- Quizá sea mas fácil si no voy -

- Solo serán unas semanas - voltee al suelo - volveré antes de que se derrita la nieve - Gale voltea hacia atrás viendo que no haya nadie cerca

- Pueden pasar muchas cosas en unas semanas -

- ¿vamos a hablar de  esto de nuevo? - me acerque a él - solo fue actuación -

- Si, muy convincente -

- Hice lo necesario para sobrevivir, si no estaría muerta ... aparte no se porque te molesta tan...- Gale se abalanza sobre mí y pega sus labios contra los míos, el beso fue muy inesperado. Él se separa y lo observo sorprendida, sus manos seguían acariciando mi cabello.

- Tenia que hacerlo - hace una pausa - al menos una vez - se aparta dándome la espalda y dejándome con muchas dudas

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- Tenia que hacerlo - hace una pausa - al menos una vez - se aparta dándome la espalda y dejándome con muchas dudas. Veo como se aleja, el nudo en mi pecho se vuelve a formar, las palabras ni una sola reacción nace en mí.

Llego a la Aldea, desde la plaza del centro del pueblo hasta aquí hay apenas un kilómetro de distancia, pero es cómo entrar en otro mundo completamente distinto. Se trata de una comunidad independiente construida alrededor de un precioso parque salpicado de arbustos en flor. Hay doce casas, y cada una de ellas es diez veces más grande que el hogar en que me crié. Nueve siguen vacías, como siempre han estado. Las tres en uso pertenecen a Haymitch, a Peeta y a mí.

Las casas habitadas por mi familia y Peeta desprenden un cálido hálito de vida: ventanas iluminadas, humo en las chimeneas, ramilletes de maíz de colores pegados a las puertas de entrada como decoración para celebrar el próximo Festival de la Recolección. Sin embargo, la casa de Haymitch, a pesar de los cuidados del encargado de la Aldea, rebosa abandono y dejadez. Me detengo un instante en su puerta para prepararme, porque sé que dentro estará todo asqueroso; después, entro.

Arrugo la nariz de inmediato ante el olor. Haymitch se niega a dejar que alguien vaya a limpiarle, y él no lo hace nada bien. Con el paso de los años, la peste a licor, vómito, col hervida y carne quemada, ropa sin lavar y excrementos de ratón se ha mezclado hasta formar un hedor que hace que me lagrimeen los ojos. Me abro paso a través de un montón de envoltorios vacíos, vasos rotos y huesos, y me dirijo al lugar en que sé que encontraré a Haymitch. Está sentado a la mesa de la cocina, con los brazos extendidos sobre la madera y la cara en un charco de licor, roncando como un poseso.

¿Quién eres? - En Llamas - Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora