IV

273 16 1
                                    


Una visita del presidente Snow, distritos a punto de levantarse, una amenaza directa a Gale y las que vengan detrás, todos mis seres queridos condenados y ¿quién más pagará por mis acciones? A no ser que lo cambie todo en esta gira. Tengo que calmar el descontento y tranquilizar al presidente. Y ¿cómo? Pues demostrándole a todo el país sin dejar lugar a dudas que amo a Peeta Mellark.

«No puedo hacerlo —pienso—. No soy tan buena.» Peeta es el bueno, el que gusta a todo el mundo. Puede hacer que la gente se crea cualquier cosa. Yo soy la que se cierra, se sienta y deja que él se encargue de hablar. Sin embargo, no es Peeta el que tiene que probar su devoción, sino yo.

¿A quién más no podré salvar de la venganza del Capitolio? ¿Quién más morirá si no complazco al presidente Snow?

Me doy cuenta de que Cinna está intentando ponerme un abrigo, así que levanto los brazos. Noto una piel que me rodea, por dentro y por fuera, aunque no reconozco de qué animal.

—Armiño —me dice, mientras yo acaricio la manga blanca. Guantes de cuero. Una bufanda rojo vivo. Algo peludo me cubre las orejas—. Vas a poner de nuevo de moda las orejeras.

«Odio las orejeras», pienso. Te dificultan la audición y, desde que me quedé sorda de un oído en la arena, las odio todavía más. Cuando gané, el Capitolio me curó el oído, pero sigo sin confiar del todo en él.

Prim llega corriendo con algo en la mano.

—Para que te dé buena suerte —dice.

Es el broche que Madge me dio antes de irme a los juegos: un sinsajo volando en un círculo de oro. Rue no lo aceptó cuando intenté regalárselo, decía que había decidido confiar en mí por ese broche. Cinna me lo pone en el nudo de la bufanda.

Effie Trinket está cerca, dando palmadas.

—¡Atención todo el mundo! Estamos a punto de hacer la primera toma de exteriores, en la que los vencedores se saludan al principio de su maravilloso viaje. Bien, __, gran sonrisa, estás muy emocionada, ¿verdad?

Al principio no veo bien por culpa de la nieve, que está cayendo con fuerza. Después distingo a Peeta saliendo por su puerta principal. Oigo en la cabeza la orden del presidente: «Convénceme a mí». Y sé que debo hacerlo.

- El año pasado los 74° Juegos del Hambre nos dieron la historia de amor más grande de nuestros tiempos. Dos jóvenes valientes, con todo en su contra prefirieron morir que perderse el uno al otro. Como nación, compartimos su agonía. Pero tuvimos muy poco tiempo para deleitarnos con su alegría. - dice Caesar Flickerman y en eso Effie me da un empujón para que salga por la puerta, literalmente. - ¡Ahí esta! ¡ ___ ! La Chica en Llamas.

Esbozo una enorme sonrisa y empiezo a andar hacia Peeta. Después, como si no pudiera aguantar un segundo más, comienzo a correr; él me agarra al vuelo y me empieza a dar vueltas, hasta que resbala (todavía no controla del todo su pierna artificial), y los dos caemos en la nieve, conmigo encima, y nos damos nuestro primer beso desde hace meses. A pesar de estar lleno de pieles, nieve y pintalabios, bajo todo eso noto la fortaleza de Peeta y sé que no estoy sola. Por mucho daño que le haya hecho, no me dejará en evidencia delante de las cámaras, no me condenará con un beso a medias. No sé por qué, pero esa idea me da ganas de llorar, aunque me contengo y lo ayudo a levantarse, metiendo mi guante por debajo de su brazo y tirando de él.

- Disculpa, Caesar.

- No pasa nada. Esta bien. Es su día. ¿Cómo les va?.

- Bien - contesto Peeta - Nos va bien.

- ¿Eso es todo? ¿"Nos va bien"? - pregunto Caesar - De pronto se volvió reservado. ¡Peeta, dame detalles! - voltee a verlo

- Si, las cosas van muy bien aquí en el 12.

¿Quién eres? - En Llamas - Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora