XXXIV parte 1

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Cuando empiezo a recuperar la conciencia, noto que estoy sobre una mesa acolchada y los pinchazos de unos tubos en el brazo izquierdo. Intentan mantenerme viva porque, si me muero en silencio y sola, la victoria será mía. Apenas puedo moverme todavía, abrir los ojos y levantar la cabeza, pero el brazo derecho ha recuperado parte de su movilidad. No tengo coordinación motriz, ni pruebas de que mis dedos sigan en su sitio. Sin embargo, consigo mover el brazo de un lado a otro hasta arrancar los tubos, cosa que produce un pitido. De todos modos, no logro permanecer despierta para ver quién viene a apagarlo.

- Peeta... - susurro. Estaba desesperada por protegerlo, y sigo estándolo. Como fracasé en mi intento por mantenerlo a salvo en vida, debo encontrarlo y matarlo antes de que el Capitolio decida con qué horrible método asesinarlo. Bajo de la mesa y busco un arma. Hay unas cuantas jeringuillas selladas en plástico esterilizado en una mesa junto a la cama de Beetee. Perfecto, sólo necesito inyectarle aire en una vena.

Me detengo un momento, dándole vueltas a si debo matar a Beetee. Si lo hago, los monitores empezarán a pitar y me atraparán antes de llegar a Peeta. Le prometo en silencio volver a rematarlo, si puedo.

Avanzo en silencio por un estrecho pasillo hasta una puerta metálica que está entreabierta. Hay alguien detrás; saco la jeringa y la agarro con fuerza, para después aplastarme contra la pared y prestar atención a las voces de dentro.

- Hemos perdido la comunicación con el 7, el 10 y el 12, pero el 11 tiene el transporte bajo control, así que, al menos, hay esperanzas de que logren sacar comida.

Plutarch Heavensbee, creo, aunque la verdad es que sólo he hablado una vez con él. Una voz ronca le hace una pregunta.

- No, lo siento, no hay forma de ir al 4, pero he dado órdenes especiales para que vayan a por ella lo antes posible. No puedo hacer más, Finnick.

Finnick. Intento encontrar sentido a la conversación, al hecho de que esté teniendo lugar entre Plutarch Heavensbee y Finnick. ¿Es tan querido en el Capitolio que lo van a perdonar por sus crímenes? ¿O de verdad no tenía ni idea de lo que pretendía Beetee? Entonces grazna algo más, algo en tono desesperado.

- No seas estúpido, eso es lo peor que podrías hacer. Conseguirías que la maten, sin duda. Mientras sigas vivo, ellos la mantendrán viva como cebo - dice Haymitch.

¡Dice Haymitch! Abro la puerta de golpe y entro dando traspiés en la habitación, donde están Haymitch, Plutarch y un Finnick muy desmejorado sentados alrededor de una mesa en la que han servido una comida que nadie come. La luz del sol entra por las ventanas redondeadas, y a lo lejos veo la parte superior de un bosque. Estamos volando.

- ¿Has terminado ya de desmayarte, preciosa? - me pregunta Haymitch, claramente enfadado. Sin embargo, cuando me inclino hacia adelante corre a sujetarme por las muñecas para que no me caiga y me mira la mano -. Así que estas tú y una jeringa contra el Capitolio, ¿no? ¿Ves? Por eso nadie te deja organizar los planes. - Lo miro sin comprender nada -. Suéltala. - Noto que aumenta la presión de la muñeca derecha hasta que me veo obligada a abrirla y soltar la jeringa. Él me coloca en una silla al lado de Finnick.

Mi mentor se sienta frente a mí.

- ____, te voy a explicar lo sucedido, y no quiero que preguntes nada hasta que acabe, ¿entendido?

Asiento, atontada. Y esto es lo que me cuenta.

Prepararon un plan para sacarnos de la arena en cuanto se anunció el vasallaje. Los tributos vencedores de los distritos 3, 4, 6, 7, 8 y 11 lo conocían, cada uno en distinta medida. Plutarch Heavensbee forma parte desde hace varios años de un grupo secreto que pretende derrocar al Capitolio. En estos momentos nos dirigimos dando un rodeo a ese distrito. Mientras tanto, casi todos los distritos de Panem están en plena rebelión a gran escala.

Haymitch se calla un momento para ver si lo sigo, o quizá porque ya ha terminado por ahora.

Son muchas cosas que asimilar, es un plan elaborado en el que yo no era más que una pieza del tablero, igual que era una pieza de los Juegos del Hambre. Me han usado sin mi consentimiento, sin mi conocimiento. Al menos, en los Juegos del Hambre sabía que jugaban conmigo. Mis supuestos amigos han sido mucho más reservados.

- No me lo dijiste - protesto, con la voz tan ronca como la de Finnick.

- Ni Peeta, ni tú lo sabían. No podíamos arriesgarnos - responde Plutarch. 

- Sigo sin entender por qué no nos contaste el plan a Peeta y a mí.

- Porque, cuando el campo de fuerza estallara, ustedes serian los primeros a los que intentarían capturar, y cuanto menos supieran, mejor - explica Haymitch.

- ¿Los primeros? ¿Por qué? - pregunto, intentando seguir el hilo.

- Por la misma razón por la que los demás aceptamos morir para mantenerlos vivos - responde Finnick.

- No, Johanna intentó matarme.

- Johanna te derribó para quitarte el dispositivo de seguimiento del brazo y alejar a Brutus y Enobaria de ti —dice Haymitch.

- ¿Qué? - Me duele mucho la cabeza y quiero que dejen de dar rodeos -. No sé de lo que...

- Teníamos que salvarte porque tú eres el sinsajo, ____ - me interrumpe Plutarch -. Mientras sigas viva, la revolución continuará.

El pájaro, el broche, la canción, las bayas, el reloj, la galleta, el vestido que estalló en llamas. Yo soy el sinsajo. La que sobrevivió a pesar de los planes del Capitolio, el símbolo de la rebelión.

- Peeta - susurro, notando que se me cae el alma a los pies.

- Los demás mantuvieron a Peeta con vida porque, si moría, sabíamos que no podríamos hacer que mantuvieras la alianza - dice Haymitch -, y no podíamos arriesgarnos a dejarte sin protección. - Lo dice con toda naturalidad, sin cambiar de expresión, aunque no logra evitar un ligero tono gris en la cara.

- ¿Dónde está Peeta?  - siseo.

- Lo sacó el Capitolio, junto con Johanna - responde Haymitch y, por fin, tiene la decencia de bajar la mirada.

Técnicamente, no estoy armada, pero no se debe subestimar el potencial de unas uñas, sobre todo si el objetivo no está preparado. Me lanzó sobre la mesa y clavo las mías en el rostro de Haymitch, haciéndolo sangrar e hiriéndole un ojo. Después los dos nos gritamos cosas terribles, terribles de verdad, Finnick intenta apartarme a rastras y sé que Haymitch hace un gran esfuerzo por no arrancarme la piel a tiras, porque yo soy el sinsajo y ya es lo bastante difícil mantenerme con vida tal.

Otras manos ayudan a Finnick y vuelvo a la camilla, con las muñecas atadas, así que golpeo la superficie con la cabeza, furiosa, una y otra vez. Alguien me pincha el brazo con una jeringa y me duele tanto la cabeza que dejo de luchar y me limito a gemir como un animal moribundo hasta quedarme sin voz.

La medicina me seda, pero no me duerme; me quedo atrapada en un sufrimiento confuso y doloroso durante un tiempo que me parece eterno. 

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Hola!! 

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H&F

¿Quién eres? - En Llamas - Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora