XXVII

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Creo que uno se detiene a pensar si todo lo que sucede a nuestro alrededor debería ser asi, tomar decisiones, que hubiera pasado si hubiéramos hecho algo diferente, ¿todo seguiría el mismo rumbo? o ¿seria diferente?

- ¿estas bien? - suena esa voz familiar.

- Si - digo apenas arrastrando la palabra. 

- ¿En qué piensas?

- Nada, solo observaba. - Mentí y era evidente que el lo sabia, solo que no quería decirlo en voz alta y que los distritos, el capitolio y el Presidente Snow, sobre todo él me escucharan. 

La chica del distrito 6, Mags, Rue, todos los que han muerto por mi culpa por hacer ese acto con las bayas y crear este fraude de relación, el cual el presidente no se creyó. Seria mas fácil si hubiera muerto y él hubiera ganado. 

A lo lejos observo a Finnick intentando pescar algo con su arpón, al observarlo pienso en lo mucho que pueden cambiar las cosas en un día, en que ayer ese hombre estaba en mi lista de futuras víctimas y ahora estoy dispuesta a dormir mientras él monta guardia. Ha dejado morir a Mags para salvar a Peeta y no sé por qué. Lo que sí sé es que nunca saldaré la deuda. 

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- Mira. Para ti. - dice Peeta entregándome algo

Le sonrió mientras la agarro con delicadeza, una pequeña esfera reluciente, una perla.

- Gracias.  - el sonrió complacido mientras la observaba con cariño.

- ¿Quiénes son? - pregunta Peeta y volteo hacia donde el miraba.

Tiro de una flecha, preparándome para atacar, pero lo único que sucede es que la figura que llevaban a rastras se derrumba en la playa. La que lo arrastraba pisotea el suelo, frustrada y, en un aparente ataque de mal humor, se vuelve y empuja a la figura enloquecida.

El rostro de Finnick se ilumina, y grita: - ¡Johanna!

Después sale corriendo hacia las criaturas rojas. - ¡Finnick! - oigo gritar a Johanna.
Intercambio miradas con Peeta.

- ¿Y ahora qué? - le pregunto.

- No podemos dejar a Finnick.

- Supongo que no. Pues vamos, venga - le digo a regañadientes, porque, incluso en el caso de haber preparado una lista de aliados, Johanna Mason no habría estado entre ellos, ni de lejos. Los dos nos acercamos a Finnick y Johanna, y, al hacerlo, veo a sus compañeros, lo que aumenta mi confusión: el que está de espaldas en el suelo es Beetee, y Wiress es la que acaba de ponerse en pie de nuevo para seguir caminando en círculo.

- Tiene a Wiress y Beetee.

- ¿A Majara y Voltios? - pregunta Peeta, que también está desconcertado.

Cuando llegamos a ellos, Johanna gesticula hacia la jungla y habla muy deprisa con Finnick.

- Creíamos que era lluvia, por los relámpagos, y teníamos mucha sed, pero, cuando empezó a caer, resultó ser sangre. Sangre caliente y espesa. No se podía ver, ni hablar sin llenarte la boca. Estuvimos dando tumbos por ahí, intentando salir. Entonces Blight se dio contra el campo de fuerza.

- Lo siento, Johanna - le dice Finnick. Tardo un momento en ubicar a Blight. Creo que era el compañero de Johanna del Distrito 7, aunque apenas recuerdo haberlo visto. Ahora que lo pienso, ni siquiera creo que apareciera por el entrenamiento.

- Sí, bueno, no era gran cosa, pero era de casa - comenta ella -. Y me dejó sola con estos dos. - Le da un golpe a Beetee, que apenas está consciente, con el pie -. Le clavaron un cuchillo en la espalda en la Cornucopia. Y ella...

Todos miramos a Wiress, que está dando vueltas en círculo, cubierta de sangre seca, murmurando:

- Tic, tac, tic, tac.

- Sí, lo sabemos, tic, tac. Ha sufrido una conmoción - explica Johanna. Eso parece atraer a Wiress, que se desvía hacia Johanna, pero ésta la empuja sin miramientos hacia la playa -. Quédate quieta, ¿quieres?

- Déjala en paz - le digo.

Johanna entrecierra los ojos y me mira con odio.

- ¿Qué la deje en paz? - sisea, dando un paso adelante antes de que pueda reaccionar; me da una bofetada tan fuerte -. ¿Quién te crees que los sacó de esa puñetera jungla por ti? Serás... - Finnick se la echa a la espalda, aunque ella no deja de retorcerse, la lleva al agua y la sumerge repetidas veces mientras ella me grita un montón de cosas realmente insultantes. Pero no le disparo, porque está con Finnick y por lo que ha dicho de haberlos sacado de la jungla por mí.

- ¿Qué ha querido decir? ¿Los ha salvado por mí? - le pregunto a Peeta.

 - No lo sé. Al principio los querías -  me recuerda.

- Sí, es verdad, al principio. - Eso no me aclara nada. Miro el cuerpo inmóvil de Beetee -. De todos modos, no me servirán de mucho si no hacemos algo deprisa.

Peeta alza a Beetee en brazos y yo me llevo a Wiress de la mano a nuestro pequeño campamento de la playa. Siento a Wiress en el agua, en la orilla, para que se lave un poco; ella no hace más que apretarse los puños y mascullar de vez en cuando: «Tic, tac». 

 - Sí, tic, tac, tic, tac - le digo. Eso parece calmarla un poco. Le lavo el mono hasta que apenas queda rastro de sangre y la ayudo a ponérselo. No está destrozado, como los nuestros. El cinturón está bien, así que se lo pongo. 

El sol se alza en el cielo hasta colocarse justo encima de nosotros. «Debe de ser mediodía», pienso, vagamente. No importa mucho. Al otro lado del agua, a la derecha, veo el enorme destello del rayo que golpea el árbol, y la tormenta eléctrica vuelve a empezar. En la misma zona que anoche. Alguien debe de haber entrado en su radio de alcance y disparado el ataque. Observo los relámpagos durante un rato mientras calmo a Wiress, que ha encontrado una especie de paz junto al ruido de las olas. Pienso en anoche, en que los relámpagos empezaron justo después de que sonase la campana doce veces.

- Tic, tac.

Doce campanadas anoche. Como si fuese medianoche. Después los relámpagos. Ahora tenemos el sol encima. Como si fuese mediodía. Y relámpagos.

Me detengo y examino la zona. Los relámpagos allí. En la siguiente sección cayó la lluvia de sangre en la que Johanna, Wiress y Beetee quedaron atrapados. Nosotros estaríamos en la tercera sección, a la derecha de ésa, cuando apareció la niebla. Y, en cuanto desapareció, los monos empezaron a reunirse en la cuarta. Tic, tac. Vuelvo rápidamente la cabeza hacia el otro lado. Hace un par de horas, sobre las diez, la ola salió de la segunda sección a la izquierda de la de los relámpagos. A mediodía. A medianoche. A mediodía.

- Tic, tac.

 Entonces cesan los relámpagos y empieza la lluvia de sangre, justo a su derecha, y sus palabras empiezan a tener sentido.

- Oh - susurro -. Tic, tac. - Recorro con la mirada el círculo completo de la arena y sé que está en lo cierto -. Tic, tac. Esto es un reloj.

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Hola!!

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H&F

¿Quién eres? - En Llamas - Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora