(Nuevo) Capítulo 10

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Fue en una noche a mediados de la primavera, mucho más fresca de lo habitual. Puse el último cubrecama, después dejé las almohadas en la cabecera. Volteé hacia el rincón donde dejaba la caja de Pandora. Kiki siempre se sentaba a hablarle a Aries antes de dormir.

—Kiki, ya es tarde.

—Cheñor Mu, quiero escuchar la historia del guededo amigo de Aries.

Me acerqué a él para cargarlo en brazos.

—Mañana y cuando sea de día podés pedirle que te la cuente. Ahora hay que dormir.

—¿Conoce la historia?

—Sí, las conozco todas.

Lo arropé y senté a su lado para contestar las preguntas que se le ocurrían en el momento.

—¿Me puede contar la historia del guededo que dijo Aries?

—Si Aries decidió contártela, lo va a hacer. Nunca rompe sus promesas.

—Dijo que hubo muchos guededos a los que protegió. ¿Usted conoce todas sus historias?

—Sí, pero él las cuenta mejor.

—¿Usted también es un guededo de Aries?

Asentí con una sonrisa.

—¡¿En sedio?! ¿Pod eso entrena todos los días?

—Sí.

—¿Y pod qué nunca usa a Aries?

—Las armaduras no son para jugar.

—¿Cómo se convirtió en un guededo?

Cuando Kiki se ponía en modo curioso nada lo detenía.

—Si te cuento la historia, ¿me prometés que te vas a dormir?

—¡Chi!

Cerré la mano unos segundos y al abrirla solté una cantidad pequeña de polvo estelar. Poco a poco se dibujaron figuras en el aire que acompañaron el relato.

—Hace muchos, muchos años Poseidón, el dios de los mares, intentó conquistar el mundo. La única que pudo hacerle frente fue Athena, la diosa de la guerra y la justicia. Sin embargo, el ejército de Poseidón era más fuerte y avanzó muy rápido sobre la tierra.

—¡No!

—El ejército de Athena estuvo a punto de desaparecer; solamente quedaban soldados jóvenes. Por eso, como última estrategia, buscó la ayuda de la gente del continente Mu.

—¿Mu? —preguntó mirándome y luego a la ilusión donde había figuras con rasgos que le resultaron familiares.

—Sí. Nosotros venimos de ese lugar. Nuestro pueblo era conocido por tener a los mejores alquimistas y herreros de todo el mundo. Athena les pidió que crearan armaduras que protegieran a sus soldados. En total se hicieron ochenta y ocho, cada una representa a una constelación que protege a quien la use. Así nacieron los santos de Athena.

—¡Guau! —dijo con brillo en los ojos—. ¿Y qué pasó con Poseidón?

—El ejército de Athena fue más fuerte y le ganó.

—¡Chiii!

Su reacción al aplaudir con los cachetes colorados fue tan adorable que solo pude reír.

—¿Y después qué pasó?

—Athena y sus santos volvieron al Santuario, donde siguieron entrenando para estar listos por si debían proteger al mundo de nuevo.

—Ohh... Pero todavía no dijo cómo se volvió un... ¿santo de Athena?

—Todas las personas nacen bajo la protección de una constelación, pero muy pocas son elegidas por las estrellas para convertirse en santos. Aries me eligió a mí y un día el Patriarca Shion fue a buscarme para que empezara el entrenamiento.

Una cicatriz dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora