(Nuevo) Capítulo 8

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Fruncí la cara y me removí entre las sábanas. El brillo que entraba por la ventana me cegó unos instantes, parpadeé hasta que pude acostumbrarme; me había quedado dormido. Llevé una mano al pecho para sentir mejor los latidos acelerados y la otra, a la frente. Enredé los dedos en mi pelo al tiempo que me relamí: aún sentía muy vívido el beso de mi sueño.

Escuché pasos acompañados de un cosmos familiar; de no ser porque reconocí enseguida que se trataba del santo de Escorpio me habría escondido debajo de la cama.

—¿Mu? —me llamó— ¿Ya estás despierto?

Apoyé los pies en el piso frío y permanecí sentado. Milo se paró en la puerta, golpeó a pesar de que estaba abierto.

—Por fin, Mu. Son casi las diez.

Suspiré.

—No dormí bien anoche.

Estiré el cuello a un costado para hacerlo sonar; cuando lo conseguí repetí la acción en el lado opuesto.

—Podés ir tranquilo con las armaduras —me dijo Milo—, total los de bronce siguen dormidos.

—Ah, tengo que avisarle al maestro Dohko. —Me levanté apurado, di un paso y todo se puso negro.

El cuerpo no me respondió; si no hubiese sido por Milo habría caído al piso.

—Primero tenés que comer algo. Con el agotamiento no vas a aguantar ni medio día de trabajo. Dale: Shaka te dejó el desayuno.

Abrí los ojos de par en par al escuchar ese nombre. Mi compañero arqueó una ceja.

—¿Qué te pasa?

—N-no... Nada.

Milo no preguntó más y me ayudó a llegar a la cocina. Sobre la mesa había pan, mermelada, cereales y una manzana. Sin embargo, no me emocionaba en lo más mínimo: la esperanza de que Shaka lo hacía para amigarnos se había esfumado al enterarme de que eran órdenes de Athena. Además, a ese malestar se le sumó el recuerdo de aquella noche que había olvidado por tantos años. «¿En serio pasó eso? ¿Shaka y yo tuvimos nuestro primer beso juntos?», me pregunté mientras acariciaba mis labios con disimulo.

—Parece que algo te molesta.

Milo dejó una taza de té y una jarra con leche frente a mí.

—Ah, gracias... Disculpá la molestia.

—Es lo que tengo que hacer si quiero que retomes tu puesto de guardia.

Su comentario me hizo reír. Agarré la taza con las dos manos y di un sorbo; la calidez se expandió rápido hacia mis brazos y piernas. Milo tomó asiento.

—¿Qué es lo que te molesta?

—¿Por qué creés que estoy molesto?

—Por tu cara. No sé si querés llorar, estornudar o mandar a alguien al carajo.

—Bueno... un poco de eso último tal vez... —dije más para mí mismo.

—¿Ah?

Negué con la cabeza y volví a tomar otro poco de té. Apoyé la taza en la mesa, sin soltarla. Observé con detalle al desayuno que Shaka había dejado; con especial atención en la manzana procedí a hablar:

—¿Athena te dijo algo antes de irse?

—¿Como qué?

—Como vivir la vida de la manera que quieras o algo así.

—Ah, sí. —Estiró los brazos sobre la cabeza—. Pero pasé tanto tiempo en el Santuario que no tengo idea de qué podría hacer.

—Me pasa igual.

Una cicatriz dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora