(Nuevo) Capítulo 7

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Capítulo censurado.


No supe cuánto tiempo pasé mirando las pelusas en el aire iluminadas por los rayos del sol. Al otro lado de la ventana se escuchaba que los demás habitantes del Santuario comenzaban a cumplir sus rutinas. Apenas había dormido dos horas; me dolían los huesos y el ambiente fresco de la madrugada me parecía excesivo. Me tapé la cabeza con la almohada, como si con esa acción dejara de pensar.

Mi mente estaba dividida en dos bandos: por un lado admitía que Shaka tenía razón, que jamás podríamos dedicar nuestra existencia ni amar a otra persona que no fuera nuestra diosa. Pero, por otra parte, no podía ignorar el pedido de Athena.

Tiré la almohada al piso y giré hacia la pared.

No sabía de quién ni cómo lo haría. Tampoco importaba si la otra persona sentía o no lo mismo; en todo caso lo mantendría en secreto. Mucho menos me iba a preocupar por lo que Shaka o alguno de mis otros compañeros pudiera decirme. Tenía los días contados para encontrar el amor.

—¿Cómo se enamora la gente?

En mis veinte años de vida las veces que había presenciado el amor de pareja eran contadas con una mano; algunos casamientos en el pueblo cercano a Jamir, los jóvenes paseando y abrazándose a escondidas, pero no mucho más. Desde una edad temprana nos enseñaron que los santos de Athena solo tenían permitido amar a la diosa, un voto mucho más estricto con los que éramos candidatos a caballeros dorados. Al tener al Patriarca de maestro crecí con esa imposición desde que tuve uso de razón, sin cuestionarla jamás.

Sin embargo, hubo una noche en particular que enterré entre mis recuerdos por mucho tiempo: la primera vez que rompí mis votos.

Eran más de las doce y desperté por quinta vez. Frustrado, me senté en la cama y encendí la lámpara sobre la cabecera. Atraje hacia mí un par de libros que estaban en el escritorio; los estaba revisando para decidir con cuál entretenerme cuando escuché una voz al otro extremo del cuarto:

—¿Vos tampoco podés dormir?

Vi una figura moverse entre las sombras y Shaka tomó asiento a los pies de la cama.

—Perdoná si te desperté —le dije.

—No llegué a dormir ni una sola vez.

Miré la tapa del libro en mis manos: tenía el dibujo de la luna llena.

—¿Estás nervioso por el examen de mañana? —Shaka me preguntó.

—Un poco. ¿Y vos?

—Lo estoy cuando me acuerdo de que el Patriarca va a estar ahí.

Solté una risita.

—Perdón. Si no tuviéramos la misma clase, no pasaría eso.

—No fue tu culpa que compartamos la habilidad de crear ilusiones.

Bajé la mirada con una sonrisa. Pensar que Shaka estaría conmigo en el examen me hacía sentir un poco más seguro.

—¿Y si practicamos? —le pregunté.

—¿Ahora?

Asentí con la cabeza. Shaka señaló a Aldebarán que dormía profundamente. Reí bajo y usé mi telequinesis para taparlo con las sábanas que había tirado al piso entre sueños.

—Tuvo examen hoy y quedó agotado —dije—. No creo que vaya a despertarse.

Unos golpes sobre el cristal de la ventana nos llamaron la atención. Me asomé a ver qué había sido y encontré al futuro santo de Escorpio agachado.

Una cicatriz dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora