(Nuevo) Capítulo 13

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De camino a los dormitorios, Shaka habló muy poco; lo suficiente para responder a mis preguntas irrelevantes. Se lo notaba más tranquilo, como era la costumbre: una vez más Shaka de Virgo tenía el control de la situación. En cambio, yo me moría de los nervios: con cada segundo que pasaba en su presencia, frente a su porte tan galante y delicado, crecía una sensación extraña pero familiar en mi interior. «¿Será verdad que yo le gustaba? —me pregunté—. No, quizás era otra cosa».

Me repetía una y otra vez que no habría ningún problema si lo que había pensado no resultaba ser cierto. Jamás habíamos tenido algo demasiado serio y estaría bien si nunca llegábamos a tenerlo.

En los dormitorios de los aprendices aún estaban limpiando los escombros del comedor. Quedaba poco de lo que recordaba de mi tiempo en ese lugar. Me separé un momento de Shaka para atender a las consultas de los soldados encargados de la reconstrucción. Terminé con eso y fui a buscarlo; lo encontré en el pasillo que llevaba a los cuartos, parado frente a una puerta abierta que reconocí al instante: nuestra habitación.

Entré para observar mejor. Había cambiado bastante desde aquel entonces. En aquellos días me había parecido pequeña, pero no tanto como en ese momento. Señalé el piso en el centro del cuarto y le dije a mi compañero:

—Vos estabas sentado acá la primera vez que hablamos.

—¿Te acordás... de eso?

—En ese momento pensé que ibas a golpearme o algo. Que no hablaras ni abrieras los ojos intimidaba bastante.

Caminé hacia la ventana desde donde podía verse un jardín de rosas.

—¿Siempre estuvo ahí? —pregunté.

—Aphrodite lo plantó hace años. Él mismo se encargaba de regarlas todos los días.

—¿Y quién las cuida ahora?

Shaka negó con la cabeza.

—Sería una lástima que se marchitaran —dije—. Aphrodite les dedicó tanto tiempo...

Pasé la vista por cada rincón del cuarto otra vez. Donde solía estar mi cama se encontraba una litera. «Este lugar guarda tantos secretos», pensé al poner una mano sobre la pared. El recuerdo de la noche de mi primer beso con Shaka regresó. Me pregunté si él también lo recordaría y, en caso de que lo hiciera, qué pensaría.

Me volteé hacia la ventana de nuevo y tomé aire.

—Shaka, ¿podrías pasar y cerrar la puerta? —le pedí con miedo a verlo—. Hay algo... que quiero hablar con vos y no me gustaría que alguien escuchara.

Los pasos del santo de Virgo dentro de la habitación y luego el retumbar de la puerta me hicieron estremecer. Me costó pasar saliva por el nudo que se me había formado en la garganta.

Di gracias a Athena de que no hubiera un reloj o su segundero me habría enloquecido más que el silencio en el que quedamos. Por un instante creí que había sido víctima del Tenbu Hōrin y perdido el oído, pero un martilleo a la lejanía y el trinar de los pájaros me convencieron de lo contrario.

—Hablé con el maestro Dohko sobre las intenciones de Athena. —Hice una pausa para tranquilizarme, pero poco y nada sirvió. Aun así, continué—: Puede que te sea difícil verme de nuevo como tu amigo... Yo tampoco entiendo del todo lo que siento cuando estoy con vos.

Me mordí el labio por lo que acababa de decir. Con la vista en el cielo busqué el coraje para no rendirme.

—Lo que te dije hace un rato es en serio: podés confiar en mí. Ya no pienso irme y dejarte solo otra vez.

Una cicatriz dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora