El solitario Francis Ivory encuentra la felicidad con la llegada del peculiar Graham Marlowe: Un chico rodeado de cuervos y rumores extraños de que vive en el cementerio. El estudiante nuevo es tachado como un rarito desde el segundo uno, pero esto...
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28 de septiembre, 07:30 am
La puerta se abrió con un chirriante sonido que se alargó por unos dos segundos. La habían arreglado hace pocos días, supuestamente. Pero esa mañana, como si de una premonición al desastre se tratara, la puerta y sus partes oxidadas volvieron a hacerse notar.
Francis Ivory, el pobre desgraciado de Francis Ivory, fue el primero en mirar al extraño. Se giró un milisegundo antes que el resto. Y el muchacho, sorpresivamente, ya lo estaba mirando, así que los ojos ojerosos de ambos se encontraron.
Francis apartó la vista al instante, rompiendo el contacto visual, pero los demás no eran capaces de que su atención abandonara al recién llegado. Francis no lo volvió a ver. Intentó centrarse en su propio cuaderno hasta que la clase terminara.
Pero no podía concentrarse, porque sus oídos estaban al pendiente de lo que sucedía.
El extraño se paró al frente del salón (frente a él, pues Francis se sentaba en la primera fila, justo en el centro) y se presentó con una voz tan áspera como el concreto y tan grave como un pozo sin fondo. Aún bajo aquel manto de cansancio palpable y, quizás, una posible adicción al cigarro, Francis notó un ápice de calidez en la forma que el chico usó para decir su propio nombre. Como si se tratara de un dato importante, algo que Francis debía recordar en un futuro.
—Mi nombre es Graham Marlowe. Es un gusto conocerlos a todos —se aclaró la garganta—. Espero que nos llevemos bien en un futuro.
Y Francis supo que ese era el comienzo del fin.
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