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15 de octubre, 14:06 pm

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15 de octubre, 14:06 pm

Algunas tardes, cuando se sentía especialmente pensativo, Francis tenía conversaciones consigo mismo mientras caminaba de vuelta a casa.

Solía preguntarse por qué la ciudad siempre se veía tan gris. A veces salpicada con tonos de un azul ligero, pero la mayor parte del tiempo lucía como un paisaje a blanco y negro.

Solía preguntarse qué estarían haciendo sus amigos en ese momento. Y, más recientemente, había empezado a cuestionarse qué haría el chico nuevo después de clases.

Solía preguntarse, algunas veces, si quizás (y solo quizás) él era el problema.

Si algo estaba mal con él, si alguna sustancia dudosa se había colado en su molde antes de que naciera.

Francis no dormía, pero nunca estaba cansado. Las ojeras estaban ahí, y a ese punto ya tenían un aspecto horroroso que su madre remarcaba en cada cena, pero Francis no parecía desgastar sus tanques de energía.

En las noches, solo leía. O miraba por la ventana.

Algunos podrían decir que Francis Ivory no podía dormir porque tenía cinco hermanos menores, que quizás roncaban o hacían ruidos molestos durante la noche. Pero no, porque Francis le había rogado a su madre que lo dejaran quedarse en el ático en lugar de compartir habitación con esos cinco demonios. Seguía sucio y el polvo aún flotaba en el aire, pero también había un colchón para el solo y libros, y eso era suficiente.

Así que Francis tenía habitación propia (¿ático propio?), por lo que el problema no era el ruido. El problema era él. Francis no dormía porque simplemente no podía. Era bastante bueno fingiendo, de todos modos. La clave estaba en respirar muy fuerte y moverse cada tanto. Solía hacerlo cuando su madre se asomaba por la puerta del ático para comprobar que estaba bien.

No recordaba haber dormido nunca. Incluso su madre contaba a veces que Francis lloraba toda la noche cuando era un bebé, y que se escabullía a ver televisión hasta las madrugadas cuando era un niño.

Ahí, caminando por las carreteras mojadas por la lluvia, Francis pensó en las ojeras de Graham Marlowe. Eran muy similares a las suyas, incluso más profundas. ¿Graham tampoco podía dormir?

A diferencia de Francis, Graham sí que lucía cansado en las clases. Pero no lo había visto cabecear ni una sola vez, mucho menos dormir en los periodos libres.

Pateó unas cuantas piedrecillas que encontró en su camino, viendo como una de ellas rodaba hasta detenerse junto a unas enormes verjas torcidas y oxidadas de color negro. Francis se detuvo, girando su cabeza a su derecha y observando a través de la rendija.

El cementerio de la ciudad.

El cementerio quedaba exactamente entre su casa y el colegio, por lo que había sido un buen punto de reunión cuando se se reunía con sus amigos en primer año. Ya no lo hacía, evidentemente, aunque sabía que Louis, Adam y Gabriel sí salían juntos de vez en cuando. Francis tragó saliva. Las lápidas estaban tan desgastadas que apenas se leían los nombres, y había una enorme mausoleo justo en el centro. Una espesa niebla se esparcía por todo el cementerio, y Francis tuvo que entrecerrar los ojos para ver con mayor claridad.

Le pareció ver, aunque no estaba completamente seguro, una silueta encorvada, sentada sobre el techo del mausoleo. De la silueta sobresalía una pequeña, pequeñísima, vara cilíndrica, de cuya punta brotaba un hilillo de humo: Un cigarro.

La vista era engañosa.

Pateó una vez más la piedra y continuó caminando hasta su casa.

Pateó una vez más la piedra y continuó caminando hasta su casa

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[ milika, 2024 ]

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