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29 de octubre, 02:03 am

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29 de octubre, 02:03 am

No abrió los ojos. No tanto por el miedo (el corazón debería latirle como loco si estuviera aterrado. En ese momento, el corazón de Francis estaba apagado, como un reloj sin baterías), sino porque temía que, si abría los ojos y no era quien estaba esperando, lo inundaría una ola de decepción de la que tardaría en recuperarse.

No sabía bien qué hacer con sus manos, así que las dejó descansando sobre el libro. Aquella mano fría dibujó espirales por todo su cuello, adentrándose en su camisón hasta llegar a la clavícula y acariciarla. Francis tragó saliva, y otra mano apareció para seguir aquel movimiento por toda su garganta.

Cuando Francis sintió ambas manos acunar su rostro, no aguantó más.

Al abrir los ojos, se encontró con Graham Marlowe arrodilladlo sobre el colchón frente a él, tomándole el rostro con una delicadeza que le daba escalofríos. Llevaba la misma ropa que aquel día en el tejado, y su mirada lucía más profunda que de costumbre. Los ojos hundidos en una sombra que casi hacía desaparecer los iris. Francis se sorbió la nariz.

—No estás asustado —dijo Graham.

—Nunca te dije en dónde vivía.

—Creo recordar haber dicho que ya lo sabía.

—Creo recordar haber dicho que eres un psicópata.

Graham se rio. Estaban hablando en susurros para que nadie en la familia notara que un adolescente desconocido había entrado por la ventana, en plena madrugada, a su ático. Francis también rio.

—No estás asustado —repitió Graham, con una sonrisa incrédula en el rostro—, ¿cómo es que no estás asustado?

—No lo sé —respondió Francis con sinceridad, porque realmente no lo sabía. ¿Cómo había entrado Graham a su ático? ¿Eso no era invasión a propiedad privada?

El ático de Francis estaba en una segunda planta. ¿Había hecho lo mismo que con el tejado de los cuervos?

¿Importaba realmente cómo había subido?

Graham miró a Francis de cerca, memorizando cada parte de su rostro, y le tocó las sienes, con ambos dedos índices muy cerca de sus ojos. Mientras pasaba más segundos tocándolo, el cuerpo de Graham y sus manos se contagiaron del calor corporal de Francis.

—Eres extraño, Francis Ivory.

—Lo dice el chico que entró en mi habitación, en la madrugada.

Graham soltó una risilla contenida y echó la cabeza hacia adelante, casi apoyando la frente en el pecho de Francis. Sus manos descendieron hasta descansar sobre los hombros de Francis. El cabello de Graham rozó el mentón de Francis, enviando un cosquilleo desde la punta de sus dedos (que seguían sobre el libro) hasta sus pies. Graham alzó la mirada, tan cerca de Francis que bastaba levantar la quijada solo un poco (solo unos centímetros) para que sus labios se tocaran. Francis carraspeó.

—Luces bien sin los lentes puestos.

—Gracias.

Graham se enderezó, mirando a su alrededor. Tocó las sábanas, miró el libro, y sonrió al ver la pluma negra sobre el regazo de Francis, sobresaliendo bajo el libro. Giró la cabeza hacia la ventana.

—Esto no luce como una habitación.

—Es un ático.

—¿Duermes aquí?

Francis bufó, cubriéndose la nariz con el dedo índice.

—¿Vas a juzgarme, chico-cementerio?

Graham se aclaró la garganta, sin molestarse en ocultar la cada vez más creciente y descarada sonrisa que se extendía en su rostro.

—Lo del cementerio fue una broma. Y me ofende un poco que creas los rumores que escuchas sobre mí —dijo Graham, dándole una palmada tan suave en la mejilla que parecía más una caricia—. ¿Crees en las otras cosas también?

—No estabas bromeando cuando lo dijiste —respondió Francis, poniéndose un poco más serio, porque la situación lo ameritaba. No era una pregunta, era una afirmación—. Y no creo en los demás, creo en lo que vi. En el cigarro sobre el mausoleo y en los cuervos del tejado.

Los ojos de Graham se abrieron un poco, lo suficiente como para que Francis, a esa distancia, notara que había dicho algo que Graham no se esperaba. Graham se sorbió la nariz, mirando hacia otro lado y suspirando. Francis puso los ojos en blanco.

—¿En serio vas a intentar convencerme que eres una persona normal, aquí, en mi habitación? ¿Qué vas a decir? —se burló Francis. Graham no lo miró— ¿Que lo de los cuervos fue una alucinación? ¿Que esto es una alucinación?

—Dios —maldijo Graham en voz baja—. Eres una persona difícil.

—Y tú eres una persona anormal.

—¿Te gustan los conejos, Francis?

—¿Te gustan los conejos, Francis?

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[ milika, 2024 ]

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