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31 de octubre, 21:45 pm

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31 de octubre, 21:45 pm

Francis había caminado junto a las puertas del cementerio más veces de las que podía recordar. Tenía memorizado el patrón torcido de las verjas oxidadas y el nombre que estaba tallado en la primera hilera de lápidas. Pero nunca, ni una sola vez, había entrado al cementerio.

Hasta esa noche.

Podía observar las puertas de los garajes vecinos abiertas con un centenar de adolescentes bailando o bebiendo o, por qué no, besándose. Había intentado contar los fantasmas de papel que decoraban las tiendas o las calabazas con rostros demoníacos tallados que se extendían frente a las puertas de las casas, pero nada lograba calmarlo.

Francis se aferró a la manta que tenía sobre los hombros, tomando con fuerza la puerta del cementerio y jalándola unas tres veces hasta que el metal oxidado cedió, el sonido arrastrado y lastimero haciendo eco en sus oídos. Francis tomó aire, cerró los ojos, y entró, siendo guiado mayormente por sus instintos en lugar de cualquier pensamiento racional. Francis había perdido la razón desde la noche en la que Graham Marlowe estuvo en su habitación.

Una ráfaga de viento helado golpeó su rostro y cerró la puerta con un sonido brusco y fugaz. Francis se sorbió la nariz, abrazando su propio cuerpo y empezando a caminar hacia adelante, hacia el mausoleo que se elevaba en el centro del cementerio. Escuchó un graznido y a lo lejos observó un cuervo negro posado sobre una lápida, siendo iluminado por la luz de la luna.

Francis se acercó al ave, que volvió a graznar, sacudiéndose y dejando caer unas cuantas plumas sobre la tierra húmeda. Frente a la lápida, descansaba el libro de poemas abierto por la mitad y los lentes de Francis, manchados con un poco de tierra en los cristales. Francis se agachó para tomar sus pertenencias y el cuervo soltó otro grito antes de salir volando. Limpió los lentes en su propio pantalón y se los puso, llevando el libro bajo su brazo mientras continuaba con su búsqueda por el cementerio.

La mente de Francis no podía pensar en nada más que encontrarlo. A él. Cualquier asunto se volvía difuso, irrelevante y opacado en su totalidad por Graham Marlowe y su deleitosa extrañeza. Si le preguntaran sobre Graham, Francis no sabría bien qué responder además de que es el ser vivo más interesante que ha conocido. Lo que para cualquiera de sus compañeros podría resultar asqueroso y vagamente repugnante, para Francis era intrigante y cautivador.

Graham no era un ser humano.

O, por lo menos, era el ser humano menos humano que Francis podría imaginar.

Aunque había algo que le demostraba a Francis que Graham sí guardaba algo de humanidad dentro de sí, entre todas las ratas y conejos. Graham era el único que aún no lo había abandonado, el único que parecía ser sincero con sus intenciones. Graham era el único que podría entender a Francis, que no lo juzgaría porque quizás sus propios secretos eran aún más oscuros que los ajenos.

Francis continuó hundiendo los zapatos en la tierra mojada y dejando un camino de huellas tras de sí que se dirigían hacia el mausoleo.

¿Se había enamorado de Graham Marlowe?

Con cada paso, un nuevo graznido era añadido a la cacofonía de aves que resonaba en los oídos de Francis. Los latidos de su corazón aporreaban las paredes de su pecho, y ni siquiera notó cuando empezó a llover, siendo consciente cuando los cristales de sus lentes estaban repletos de gotas de lluvia que cubrían su visión.

Rodeó el mausoleo con pasos tan desesperados como temerosos. ¿Graham estaría ahí, con un cigarro colgando de los labios, apoyado descuidadamente sobre uno de los pilares del mausoleo? ¿Estaría esperándolo? ¿Qué haría cuando lo viera?

Quizás...

¿Lo besaría?

Francis no se detuvo. No paró, aún con los cuervos advirtiéndole en la lejanía, con la lluvia gritándole que no se acercara más, con los sonidos extraños que se hacían más claros con cada paso que daba. Sonaba húmedo, como un lobo rasgando con los colmillos la piel de un cordero solitario y arrancando un enorme pedazo de carne de una mordida. Alguien estaba masticando, clavando los dientes con ansia, limpiándose la sangre con el brazo y tragando como un verdadero animal.

Como un monstruo.

[ milika, 2024 ]

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[ milika, 2024 ]

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