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29 de octubre, 01:31 am

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29 de octubre, 01:31 am

Francis estaba en su ático, aprovechando la hora de insomnio para ordenar un poco sus libros. Organizando su colección de Edgar Allan Poe, utilizó un pañuelo para limpiar el polvo de las cubiertas y volver a acomodar cada libro en la estantería. Se detuvo un momento cuando sus dedos pasaron sobre el título EL CUERVO Y OTROS POEMAS, y pensó en el reciente incidente con Graham en el tejado. Aún tenía la pluma del cuervo guardada debajo de su almohada y, ya con el suceso reposando en su memoria por unos días, empezó a recabar en lo extraño que resultaba todo.

Llevó el libro hasta su colchón, se cruzó de piernas y se dispuso a leer. Ese era uno de sus poemas favoritos, y le hizo un poco de gracia sacar la pluma y tenerla sobre el regazo mientras leía. A Francis siempre le gustó la poesía, aunque sus hermanos se burlaban de él y su madre decía que era demasiado rebuscada.

Ni siquiera tuvo que encender la lámpara que tenía junto al colchón, porque esa noche la luna barría con una hermosa azulina todo el suelo del ático. Tenía las cortinas cerradas, pero eran de un material tan barato que toda la luz se colaba entre la tela. Aún con las quejas de su madre para cambiar de cortinas, Francis lo consideraba una ventaja. Se acercó un poco más a la luz y pasó la página.

Sentí el sedeño y crujidor y elástico

rozar de las cortinas, un fantástico

terror, como jamás

sentido había y quise aquel ruido

explicando, mi espíritu oprimido

calmar por fin: «Un viajero perdido

es, dije y nada más ».

Una ventisca inexplicable aporreó las ventanas, causando que se abrieran de golpe con un ruido sordo, que las cortinas se elevaran en el aire y que la pluma negra saliera volando hasta la otra punta de la habitación. Ordenando su lista de prioridades, Francis corrió hasta la esquina del ático, agarró la pluma, y se devolvió hacia la ventana para cerrarla y acomodar las cortinas. Con un suspiro, regresó al colchón, se cubrió con las sábanas por el frío repentino y continuó a la siguiente estrofa.

Miro al espacio, exploro la tiniebla

y siento entonces que mi mente puebla

turba de ideas cual

ningún otro mortal las tuvo antes

y escucho con oídos anhelantes

«Leonora » unas voces susurrantes

murmurar nada más.

Graham.

Francis dejó el libro sobre su regazo y examinó todo el ático. Una voz siseante le acarició ambos oídos, susurrando el nombre que no había abandonado su cabeza desde que vio la silueta desconocida en el cementerio. Se pasó ambas manos sobre el rostro, respiró hondo hasta que sus pulmones no dejaran que entrara más aire, y cerró los ojos con fuerza.

Contó hasta tres.

Y sintió un tacto helado en el cuello, justo por debajo de la mandíbula.

Y sintió un tacto helado en el cuello, justo por debajo de la mandíbula

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[ milika, 2024 ]

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