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28 de octubre, 08:31 am

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28 de octubre, 08:31 am

—Luce como un asesino serial.

—Escuché que no tiene padres, y que se alimenta de lo que encuentra en los basureros.

—¿Y quién paga su matrícula?

—Tiene una beca.

Louis, Adam y Gabriel, por alguna razón, se habían acercado hasta el puesto de Francis y habían empezado a murmurar sobre Graham Marlowe. Que era un violador, que lo habían visto saliendo del cementerio más de una vez y que, si no se drogaba, lo más probable era que cazara ratas por las noches, como un animal. Francis ni siquiera estaba participando en la conversación, se limitaba a escuchar, porque se le hacía algo de mal gusto hablar mal de Graham cuando éste ni siquiera estaba ahí para defenderse. Graham, por primera vez desde que llegó al colegio Edevane, había faltado a clases, y Francis no dejaba de preguntarse por qué.

—Francis —lo llamó Adam de repente. Francis apretó los labios—. Te sientas junto a él, ¿no crees que es raro?

Francis se acomodó en su propio asiento y miró sus dedos, jugando con sus nudillos. Pensó en Graham Marlowe sosteniendo su mano. En los dedos largos como serpientes y fríos como los de un cadáver enroscándose sobre su muñeca. Pensó en el cigarrillo del cementerio, en Graham sentado sobre un mausoleo. Pensó en cómo el chico aparecía sin hacer ruido alguno, en sus ojeras que eran tan oscuras que parecían dibujadas.

—Pienso que... luce como un mapache.

Gabriel bufó, Louis soltó una carcajada poco disimulada y Adam puso los ojos en blanco. Francis se encogió sobre su silla.

—Vives cerca del cementerio, ¿lo has visto ahí?

—Una vez —admitió, sin mirarlos. Porque la presencia de los tres, aunque fueran sus supuestos amigos, era intimidante—. Pero Graham no estaba haciendo nada extraño. Probablemente estaba ahí para visitar a algún familiar muerto, o algo así.

Ninguno de los tres lucía convencido, pero tampoco lo molestaron más. Intentaron cambiar de tema pero, ante la pobre interacción de Francis, terminaron por abandonarlo y huir disimuladamente hacia los bancos de la parte de atrás.

Francis detestaba los periodos libres cuando no tenía nada que hacer.

Ese día no tenía a Graham (que se había convertido en una agridulce distracción los últimos días), había olvidado sus libros y audífonos y no tenía ninguna tarea pendiente por hacer. Las risas y los gritos similares a aullidos de animales salvajes resonaban por todo el salón, retumbando en los oídos de Francis como martillos.

Terminó por decidir que lo mejor sería salir del salón, por el bien de su cordura. Ya le mentiría a cualquier profesor que se topase. De todos modos, el historial de Francis era limpio y reluciente. Ningún maestro se atrevería a desconfiar de él.

Abrió la puerta lo más lento que pudo, el sonido chirriante de las clavijas oxidadas siendo apaciguado por gritos y risas estruendosas, y salió del salón sin ser visto por nadie. Caminó por los pasillos desiertos, mirando a todos lados como un criminal en plena fuga. Subió las escaleras de dos en dos y se deslizó por la tercera planta hasta dar con las tentadoras puertas abiertas de la terraza.

Francis salió y sintió el aire penetrar sus pulmones de una manera lenta y satisfactoria. Su salón olía a comida y a adolescentes, así que estar ahí afuera era como entrar en un paraíso de aire puro. Caminó hacia el frente, hacia el borde de la terraza, agarrándose de la malla de metal y dejando caer su cuerpo hacia adelante. Observó los edificios que rodeaban al colegio, las casas y las personas que caminaban por la calle. Consideró quedarse ahí por lo que restaba del día, pero los nubarrones grises le advirtieron que lo mejor sería regresar al salón antes de la siguiente clase.

Y entonces, en su pequeña observación del escenario, lo vio.

Recostado sobre el tejado de una de las casas vecinas. Con los ojos cerrados y las manos detrás de la nuca.

Graham estaba rodeado de pájaros negros que daban saltitos y volaban a su alrededor, sobre las tejas anaranjadas. No llevaba el uniforme escolar, sino que traía puesto un suéter negro desgastado, unos pantalones demasiado holgados del mismo color y andaba descalzo, moviendo los dedos de los pies.

Francis se quedó observándolo por un buen rato, casi perdiendo la noción del tiempo. Lo primero que pasó por su cabeza no fue lo bizarro de la situación, ni el por qué los pájaros negros (¿eran cuervos?) parecían tan atraídos hacia Graham, ni cómo el chico había llegado hasta ahí (¿cómo había subido a un tejado?). El primer pensamiento que lo invadió fue lo bien que lucía Graham con un atuendo diferente al que siempre llevaba en la escuela.

Dio un pequeño respingo cuando, aún con la distancia, notó que Graham empezó a moverse. Abrió los ojos, levantó los brazos al aire y, si la vista no lo engañaba, soltó un bostezo, espantando a algunos de los pájaros. La cabeza de Graham se volteó hasta que sus ojos dieron con Francis. No hizo nada en un inicio, solo permaneció ahí sentado, mirándolo. Francis hizo lo mismo. Los pájaros empezaron a soltar graznidos eufóricos, y Graham sonrió.

Uno de los cuervos emprendió su vuelo desde el tejado hasta la terraza. Francis se alejó un poco de la malla, mirando de cerca al ave, que surcó el cielo grisáceo hasta pasar volando justo sobre su cabeza y soltar una pluma larga y suave de un intenso color negro.

Francis tomó la pluma y se la guardó en el bolsillo. Saludó a Graham con la mano (más bien, se despidió), y le sonrió, esperanzado de que, si él pudo ver la sonrisa de Graham a esa distancia, el otro chico también distinguiría la suya.

Y, sin hacer nada más, caminó hasta las puertas de la terraza, justo cuando una gota de lluvia cayó sobre el cristal de sus lentes. Se volteó para confirmar si Graham se bajaría del tejado ante la reciente llovizna, pero, cuando sus ojos dieron con las tejas anaranjadas, él ya no estaba.

Graham había desaparecido, y los cuervos también.

Graham había desaparecido, y los cuervos también

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[ milika, 2024 ]

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