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28 de septiembre, 12:45 am

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28 de septiembre, 12:45 am

Graham no hablaba, pero respiraba muy fuerte. Se sentaba de forma extraña, casi recostado sobre el respaldar de madera, siempre con los labios entreabiertos (también respiraba por la boca).

Francis, cuando no podía concentrarse y ya empezaba a sentir los inicios de la ansiedad acariciándole a nuca, tenía la manía de acomodarse los lentes.

Con Graham ahí, sentado a su lado, ya lo había hecho unas quince veces en menos de veinte minutos.

Y no era un buen momento, en absoluto. Era el quinto periodo, la clase del señor Darkwood, la que Francis más repudiaba, aunque irónicamente era la asignatura que mejor se le daba.

Matemáticas era un infierno.

Y no era precisamente por la materia en específico. Los números eran un poco una mierda, pero Francis no tenía nada en contra de ellos. El problema era el maestro Darkwood.

Porque el problema nunca era el colegio, el problema eran las personas dentro de él.

Estaba teniendo dificultades con este ejercicio en especial, uno con la ecuación canónica de la parábola. Louis ya se había levantado de su asiento para entregar el trabajo hace unos cinco minutos. Gabriel lo hizo hace media hora.

Y Francis seguía atrapado en ese ejercicio de mierda.

La punta de su zapato bailaba sobre el suelo en círculos. Dibujaba una circunferencia y luego golpeaba el piso con la punta. Una y otra vez. Las manos le temblaban, y clavaba las uñas sobre su propia palma sudada para intentar tranquilizarse.

Un dedo delgaducho y pálido apareció sobre su cuaderno. Francis dejó de temblar, por la sorpresa. Porque se quedó pasmado.

—El signo.

No se giró. No quería verlo.

¿Qué?

—El signo, te equivocaste en el signo —la punta del dedo índice de Graham Marlowe señaló el inicio del ejercicio, donde Francis había planteado el problema. Él, con los ojos tan abiertos que ya ardían, lo observó con sumo cuidado—. La parábola se dirige hacia abajo, así que sería un menos. Por eso estás luchando tanto.

Francis tragó saliva y se apresuró en borrar todo.

Siguió con el ejercicio como si nada, como si él solo se hubiera dado cuenta de su equivocación.

Ni siquiera le dio las gracias.

Ni siquiera le dio las gracias

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[ milika, 2024 ]

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