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31 de octubre, 21:05 pm

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31 de octubre, 21:05 pm

Francis no podía calmarse. Sentía todo su cuerpo temblando, las extremidades entumecidas y un hormigueo similar a un centenar de pequeños insectos subiendo por sus piernas. Esa mañana, Graham faltó una vez más, pero Francis se abstuvo de buscarlo en la terraza o el cementerio. Porque sabía que, al no encontrarlo, la decepción sería tan grande que lo devoraría.

Era la noche del último día de octubre, y Francis ya podía escuchar la música ensordecedora a lo lejos y las risas de los niños disfrazados que correteaban las calles. Su madre estaba en la puerta con una bolsa de caramelos baratos para cualquiera que tocara su timbre, y todos sus hermanos habían salido a fiestas o a pedir dulces en casas del vecindario.

Francis no podía salir del ático.

La cabeza le retumbaba con una melodía de origen incierto.

No sabía si realmente estaban poniendo eso en la casa de al lado (sería ridículo poner esa clase de música en una fiesta de adolescentes ebrios) o si provenía de la habitación de su madre, debajo del ático, que había estado un poco obsesionada con los compositores clásicos últimamente y quizás olvidó apagar su celular. O tal vez todo estaba en su cabeza, los insectos que seguía sintiendo por sus piernas habían entrado por sus oídos y ahora estaban tocando una sinfonía infernal en su cerebro.

Francis se cubrió los oídos, pero las voces similares a lamentos agonizantes seguían sonando a todo volumen.

Habían estudiado el Réquiem de Mozart hace unas semanas en los talleres de música del colegio, y Francis se había visto especialmente cautivado por el Lacrimosa, por lo que dijo su maestro de aquella parte.

Que contenía lo último que Mozart compuso antes de morir.

Después del taller, Francis lo había escuchado mientras leía, y mientras estudiaba o hacía trabajos para la escuela. La melodía, de alguna forma macabra, lograba que se concentrara mejor en sus tareas.

Pero ahora Francis escuchaba el Lacrimosa una y otra vez, un bucle en su cabeza, aunque no la estuviera reproduciendo en ningún lado. Ni siquiera tenía su celular en el ático.

Tenía que hacer algo, pero temía que las sensaciones horrorosas empeorasen una vez saliera de su habitación.

Tenía que hacer algo, urgentemente.

Quería volver a dormir.

Era lo único que había estado pensando desde que Graham salió de su habitación aquella noche, desde la última vez que lo vio. No podía dejar de darle vueltas a lo placentero que se sintió levantarse por la mañana completamente descansado, a lo pacífico que fue estar recostado por horas en su colchón con la mente en negro.

Quería volver a besar a Graham.

Francis se levantó de su colchón, haciendo a un lado las sábanas, y rebuscó en el clóset hasta dar con una manta gruesa que lo cubriera del frío. Se puso los zapatos sin fijarse en si eran del mismo par y salió del cuarto, bajando las escaleras con pasos silenciosos y escabulléndose hasta la puerta sin ser visto por su madre.

Con cada paso que daba, las voces de su cabeza aumentaban su intensidad, hasta que las mujeres llorando del Lacrimosa le estaban gritando directamente en los oídos, que Francis creía que empezarían a sangrar en cualquier momento.

Necesitaba ver a Graham otra vez y, cuando lo tuviera de frente, lo besaría.

Lo besaría las veces que fueran necesarias.


Lacrimosa dies illa

Qua resurget ex favilla

Judicandus homo reus.

Huic ergo parce, Deus:

Pie Jesu Domine,

Dona eis requiem. Amen.


Lleno de lágrimas será aquel día

En que resurgirá de sus cenizas

El Hombre culpable para ser juzgado;

Por lo tanto, ¡Oh Dios!, ten misericordia de él.

Piadoso Señor Jesús,

Concédele el descanso eterno. Amén.

[ milika, 2024 ]

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[ milika, 2024 ]

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