Capítulo 9

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Kenzo me llevo a cuestas a la cocina del restaurante.

—Joder... nos han seguido. — Maldijo para si mismo.

Creo que no estaba herida, bueno, en ese momento no sabía nada.

Kenzo hizo varias llamadas rápidas.

Yo estaba entumecida, no sentía nada, ni sabía lo que estaba pasando. Bueno, sí que lo sabía; que nos estaban intentando matar. 

Qué divertido.

El tacto de la mano de Kenzo en mi cara me hizo despertar.

— ¿Estás bien? ¿No te han herido, no?

— N-no, estoy... estoy bien. — Yo nunca tartamudeaba, nunca. Pero joder, en la situación en la que estaba, era un poco difícil no sentir miedo por tu vida.

— No estés asustada, ¿vale? Ahora vendrán los Bianchos y nos ayudarán a salir de esta. — Era increíble lo mucho queme calmó eso. — Mierda... Lo siento mucho, de verdad, no sabía que nos estaban siguiendo. Debí haber sido más precavido. — Técnicamente, no era su culpa, y que se disculpase así no me parecía bien.

— No pasa nada, no es tu culpa. Todavía nos quedan días para comer en restaurantes. — Parece que eso le reconfortó, y dejo salir una sonrisa de disculpa.

Cuando llamaron a su móvil y maldijo en voz baja.

— Hay que salir de aquí, han herido en el brazo con una bala a uno de los nuestros. ¿Eres enfermera, verdad? — ¿Quería que curase a alguien en esta situación? ¡Si no me podía ni sostener en pie por mí misma! No y no, nunca, me tiemblan demasiado las manos.

— Sí, vamos, le ayudaré. — Mi boca fue más rápida y soltó todo eso. Yo no estaba preparada para eso. Pero, si tenía que vivir con él y acompañarlo a cosas así, me tendría que acostumbrar.

Pasamos por el caos de balas y pistolazos mientras Kenzo me cubría con su enorme cuerpo y brazos. Llegamos a la salida y nos montamos en un coche. Esta vez, Kenzo se sentó en el asiento de copiloto.

Por lo que pude deducir, ya había Bianchos, porque se estaban pegando balazos desde esquinas diferentes.

Kenzo guio a Manu hasta el destino, que era un callejón bastante cerca del restaurante. Kenzo me abrió la puerta y me mantuvo detrás de él hasta llegar al herido.

Había cuatro hombres más, aparte del que estaba tirado en el suelo, sangrando. 

Me detuve un momento.

—¿Podrás hacerlo? —Kenzo se detuvo junto a mí, preocupado. No quería que se preocupara por mí. Yo podía hacerlo sola. 

Soy capaz, joder.

¡Di que sí, coño!

Tragué saliva, alcé la cabeza y me encaminé.

Le habían tapado la herida con una tela sucia y su brazo no paraba de sangrar.

— ¿Me dejas? — Le cogí un kit a un hombre que no tenía ni idea de lo que hacía y pareció ser que le alivié al ver lo decidida que estaba.

Estaba todo lo que necesitaba.

Deshice el nudo que le habían hecho al rededor de la herida con la tela, y comencé a trabajar.
Kenzo se agachó al lado mío, con expectación, les dijo algo a los hombres y cogieron sus armas y se fueron donde empezaba el callejón a vigilar.

Abrí un poco la herida con el bisturí y el hombre gimió. Estaba sudando y con el ceño fruncido, a sí que me apresuré a terminar para que no le doliese.

El favor que me prometióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora