Capítulo 16

117 5 1
                                    





Después de lo sucedido, hubo días en los que no quería salir de la cama, días en los que el mundo me parecía demasiado abrumador. Kenzo venía a mi habitación, me traía comida y se aseguraba de que comiera algo. A veces, simplemente se sentaba conmigo en silencio, viendo películas o escuchando música.

Asistir a las sesiones de terapia ha sido otra parte de mi proceso de sanación. Kenzo fue quien me animó - casi obligó - a buscar ayuda profesional y quien me acompañó a mi primera cita. Aunque al principio dudaba, esas sesiones se han convertido en un espacio seguro donde podía hablar abiertamente sobre mis sentimientos.

La vergüenza y la culpa fueron emociones difíciles de superar. Muchas veces me sentí sucia y culpable por lo que había sucedido, aunque racionalmente sabía que no era mi culpa.

Y así, ya han pasado cuatro meses desde lo que pasó.

He hablado con Becca y el equipo, y todos vinieron una noche y nos hicimos un spa en casa y me olvidé de todo lo sucedido.

Todo estaba bastante bien.

Ya no intentaba escaparme de casa de Kenzo cada dos por tres, ah, y también ya empezaba a hacer calor en mayo.

Mi relación con Kenzo se estrechó bastante, él ha sido el que me ha acompañado estos cuatro meses.

Alguien toco a la puerta, y di un respingo de lo metida que estaba en mi propia cabeza.

— ¿Puedo pasar? — Dijo la voz de Kenzo.

— Pasa — Estaba tumbada en la cama mirando al techo, a sí que me senté en el borde de la cama.

— ¿Jugamos al rápido rapidín? — Preguntó mientras se reía y se acercaba. Habíamos jugado a ese juego muchísimo estos últimos meses.

— ¿Cómo podría decir que no? — Me reí y me eché hacia atrás para hacerle espacio en la cama.

Kenzo repartió las cartas y jugamos unas cuantas partidas.

— Otra partida ganada — Tiré las fichas en la cama. — ¿Cuándo te rendirás? — Kenzo permaneció serio.

— ¿Qué tal estás? — No me esperaba esa pregunta. Para nada.

— Bien, como siempr...

— No, en serio. — Su cara cambió y se puso todavía más serio. — ¿Cómo has estado? De verdad. — Nos quedamos en silencio durante un rato. Mirándonos el uno al otro,

Suspiré.

— Sinceramente. He estado mejor. — Le miré y me miraba y escuchaba atentamente. — Cuando era más pequeña, hace unos años, cuando tenía unos 14 años. Bueno, yo conocí a un chico en mi instituto, yo era popular, y él era popular. Entonces, los de nuestra clase nos daban la lata con estar juntos.
Una tarde, en la hora del almuerzo, se me declaró en medio de todo el instituto y me pidió ser su novia. Me sentí presionada y acepté, aunque no me gustaba mucho realmente. — Volví a coger una bocanada de aire. — Una semana después me pidió venir a su casa una noche. Y yo, como una tonta, me esperé a que mi padre se durmiera y me escabullí. — Ojalá nunca haber tomado esa decisión. — Una vez en su casa, el olor a alcohol y cigarro apestaba, pero lo ignoré y subí hacia su habitación.
Una vez en su habitación, cerró con pestillo, y se comenzó a desnudar. Recuerdo haberle dicho que para qué se desnudaba. Cuando comenzó a desnudarme a mí también. Le pedí que parase, que no quería hacerlo, pero él no paró y siguió. Le intenté apartar de una patada, pero me pegó un puñetazo y me pequé con la punta de la cama y caí inconsciente.
Cuando me desperté, estaba con la ropa completamente desperdigada, arrugada y manchada. Y volví corriendo a casa, sin contarle nada a nadie. — Le miré y todavía no decía nada. — De hecho, eres la primera persona que lo sabe. — Me toqué la nuca y me reí, nerviosa.

Kenzo se acercó más a mí, y me acarició el pelo, como si fuese un gato.

— ¿Qué hace.... — Kenzo hizo un sonido para que me callase y bajó su mano hacia mi mandíbula, y parte de atrás de la oreja.

— Quiero que sepas que si necesitas un hombro para llorar, un oído para escuchar o simplemente alguien con quien estar en silencio, aquí estoy. Juntos, vamos a superar esto.
Quiero que sepas que lo que te sucedió no define quién eres. No cambia tu valor ni tu esencia. Nadie tiene derecho a quitarte eso. Lo siento — Me miró a los ojos. — Lo siento por no haber estado ahí. — Sus palabras me llenaron el corazón de un sentimiento aún desconocido.

Siguió acariciando mi pelo, y mis lágrimas comenzaron a salir.

Me las fue limpiando con el pulgar una a una. Sin quejarse. Ni hacerme sentir humillada.

Seguí llorando y él siguió a mi lado.

— Deberías dormir. — Me dijo, aun con su mano en mi mejilla.

— Sí, de acuerdo. — Le miré levantarse. — Muchas gracias, de verdad. — Se detuvo un momento y me miró.

Antes de irse, me metió a la cama y me arropó con el edredón.

— Es lo único que puedo hacer por ti. — Me sonrió. Y se alejó — Buenas noches. — Y cerró la puerta.

Dejándome sola de nuevo.

Quisiera que se hubiera quedado conmigo a dormir. Y a acariciarme el pelo como lo acababa de hacer.

Me había gustado.

Cerré los ojos y me dormí.

El favor que me prometióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora