Capítulo 8

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¡A seguir leyendo! :)




Me fui a la mi... a la habitación. Todavía no era mía, pero me tendría que acostumbrar.

No miré nada de ropa en el portátil, no tenía ganas.

Simplemente, me tumbé en la cama mirando al techo.

Mirando a la nada, pensando en todo.

Toc. Toc. Toc.

Alguien tocó a la puerta.

Bueno, todos sabíamos quién era.

— Entra — Murmuré de mala gana. No me apetecía hablar con el cabrón de Kenzo.

— Hola, cariño. — Una voz femenina me sorprendió. Era Clara. — ¿Qué tal estás? Os he escuchado sin querer antes, bueno, estabais gritando. — Se río.

Me aclaré la garganta avergonzada. No era mi casa y ya iba gritando por ahí.

— Sí, esto... Lo siento. Estoy bien —

— Conmigo puedes hablar. Sé que Kenzo a veces puede ser un poco... — Buscó las palabras adecuadas, cosa que me pareció divertido. — Precipitado con las cosas. Pero es normal, te mira de una forma, un tanto peculiar, nunca le había visto mirando a Mary así...  — Me atraganté con mi propia saliva, y ella se río.

¿Mary? Y como que forma peculiar, si me acababa de conocer, no, ni siquiera me conocía.

Poco después Clara me dejó.

Y, ¿a qué no adivináis quién entro más tarde?

Sí, ¡Kenzo!

—Hola Ámbar, ¿se te ha pasado ya la rabieta? — Encima, que me hace perder mi trabajo, ¿cómo se atreve a decir que yo he tenido una rabieta?

— Cállate, capullo. — Sonrió, divertido y se sentó a mi lado en la cama.

— ¿Vamos a comer a fuera? Tendrás hambre. — Se miró el reloj que seguramente costaba más que todas mis pertenencias juntas. — Son las dos y media de la tarde, venga, vamos a comer. Ah, y, tengo un regalito para ti. —

Salió de la habitación y volvió igual de rápido que se fue y volvió con un vestido precioso colgando de una percha.

Era largo, sin mangas y sin hombros, se te adaptaba al cuerpo y se aguantaba. Era de un color champán y estaba lleno de lentejuelas... ¿Pero...? ¿Cuánto le había costado eso?

Y como cojones sabía mi talla.

Pero, como dice el dicho...

A caballo regalado no le mires el dentado.

— ¿No te gusta? Lo puedo cambiar si quieres... — Decepción se escribió en su cara y la culpa se apoderó de mi cuerpo.

Lo estás tratando muy mal.

Es que me ha secuestrado.

Y ¿qué? No te ha hecho nada hasta ahora.

Ya pero...

Pídele perdón.

¿Qué? ¡No!

Espera... Estaba perdiendo la cabeza. Lo que me faltaba, hablar conmigo misma.

— No, muchas gracias, me gusta mucho. Me lo probaré. — Le dediqué una sonrisa fugaz y le brilló la cara.

Él no aparentaba lo que era.

— Toma — Me entregó, unos tacones blancos que combinaban perfectos con el vestido.

—Gracias. — Le sonreí y salió de la habitación.

Llamé a Clara para que me ayudara con el vestido, que se abrochaba desde atrás y yo no llegaba. Ella accedió a ayudarme con una sonrisa.

Me quedaba genial y se me adaptaba al cuerpo. Las lentejuelas no me pinchaban ni me escocían -cosa bastante extraña-.

Me acababa de dar cuenta de que tenía una obertura por la pierna derecha, y así mostraba mis tacones y mis piernas bronceadas.

Me miré en el espejo, y me gustó lo que veía, pero aún tenía que adelgazar un poco...

Me saqué una foto de cuerpo entero y la envié al grupo.


— Estás preciosa — Me piropeo Clara con una sonrisa orgullosa en la cara. — Te pareces mucho a mi hija. Las dos igual de guapas. —

Me reí.

Se ofreció a peinarme el pelo en un pequeño moño bajo con un broche dorado. Todo combinaba a la perfección y me sentía muy guapa.

Me iba a maquillar, pero no tenía nada de maquillaje aquí, otra cosa que tenía pendiente.

Le agradecí todo a Clara y me despedí. Antes de salir me puse una pequeña chaqueta blanca.

Salí de la habitación y estaba Kenzo sentado en una butaca. Mirando algo en su móvil. 

Iba vestido con un esmoquin negro con una camisa blanca debajo, y una corbata negra, que le resaltaba muchísimo los ojos, y le quedaba bastante bien.

Cuando escuchó mis tacones chocando contra el suelo, levantó a la mirada.

Juré escuchar un "wow" salir de su boca, pero no estaba del todo segura.

— Menos mal que he acertado en la talla. Te queda bastante bien. — Admitió.

Vale, lo admito. Me sonrojé un poco.

¡Te gusta!

¡No! He dicho que solo un poco. Y era un detalle de su parte que me hubiese comprado este vestido.

Vale, lo que tú digas, pero te gust...

—Vámonos, la limusina está abajo. — La voz de Kenzo me devolvió a la vida y me sacó de mis pensamientos.

Le seguí y nos subimos a la limusina.

Me abrió la puerta, y esta vez no la rechacé y me monté sin rechistar.

Se sentó en la parte trasera conmigo y le dijo a Manu, el chófer, que subiese el cristal para darnos privacidad.

— Oye, sobre lo de tu novio... — Ahora que lo recordaba, no me había afectado tanto...

 A lo mejor porque simplemente me lo esperaba de él, pero seguía doliéndome el pecho cuando me venía a la cabeza la imagen de él saliendo de la habitación dejándome con un hombre desconocido. A mi merced.

No sentía tristeza, sentía rabia. 

¿Cómo pude estar tanto tiempo con ese cabrón?

— Tranquilo, creo que lo superaré, era un cabrón de todas formas. — Kenzo asintió y sonrió para sí mismo.

Un rato después, Manu tocó el vidrio y nos avisó de que ya estábamos en el lugar.

Kenzo me abrió la puerta de la limusina y lo que me encontré, fue un restaurante muy lujoso, que claramente no me podía permitir ni una botella de agua. Era fantástico y precioso.

Entramos, el restaurante estaba decorado con muebles blancos y rojos, el suelo era de madera clara y las mesas igual. Los manteles eran rojos y las sillas del mismo rojo, acolchadas.

Nos sentamos en una mesa al lado de la ventana donde podíamos ver las calles lujosas de Nueva York.

—Oye Kenzo, no me puedo permitir esto...

— ¿Eres tonta? Yo invito clarament... ¡Abajo! — Gritó de repente

Kenzo me empujó hacia el suelo.

Tardé unos segundos en concienciarme de lo que estaba pasando.

Una bala nos acababa de rozar la cabeza.



El favor que me prometióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora