Capítulo 20

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Volví. 

Lo siento muchísimo por haber estado inactiva, es que ultimamente me ha estado costando bastante seguir con la historia. 

Espero que me entendais.

Ah, y por cierto, he reescrito algunas partes del capítulo anterior, por si quereis volver a leerlo.

Ahora sí, os dejo leer.



Fuimos subiendo las escaleras y cada uno se metió en una habitación.

Abrí la puerta de la mía y comencé a sacar la ropa. Dudé en hacerlo, porque no sabía cuando tiempo nos íbamos a quedar. Pero igualmente la saqué toda y la acomodé en el armario.

Ya iba por la mitad de la ropa, cuando saque un precioso bikini, que no recordaba haber comprado. Tenía una notita.

"Seguro que te queda genial. Y creo que no tienes ninguno, a sí que te vendrá bien.
Besos, Clara."

Esa mujer era demasiado buena.

Le agradecí desde dentro, esperando que alguien le devuelva la buena acción.

El bikini era casi todo blanco, aunque tenía toques de marrón clarito. Tenía perlas en la parte del pecho, y en las tiras había conchas.

Corrí a probármelo.

Me quité la ropa lo antes posible y dejé lo que llevaba puesto tirado por la habitación. Ya lo recogería después.

Cuando me lo puse fui a verme al espejo. Y no es por nada, pero me quedaba bastante bien. No sé como Clara había acertado en la talla.

Aunque hace un tiempo mencionó algo de tener una hija, que se parecía a mí.

Me solté el pelo y abrí la puerta. Me encontré de cara a cara con Stacy.

Nos quedamos mirando la una a la otra durante un rato.

Llevaba un bikini color rosa fucsia. Era su color favorito, y ese color le resaltaba toda la cara.

Y, odio admitirlo, pero no pude evitar compararme un poco. Tenía una manía, me comparaba con cualquier chica. Y yo me odiaba por eso.

— ¡Qué guapa! — Le dije, divertida.

Mis palabras flotaron en el aire durante un tiempo. Hasta que Stacy dibujo en su cara una amplia sonrisa.

— Gracias, tú también estás muy guapa.

Y se dirigió hacia las escaleras.

Sentí un escalofrío por el cuerpo. No sabía qué le pasaba a Stacy estos últimos días. Estaba actuando muy... extraña.

Me encaminé hacia las escaleras, y para mi sorpresa, Kenzo aún seguía completamente vestido, con su esmoquin negro.

Me apresuré a bajar las escaleras.

— ¿No te mueres de calor? — Kenzo se giró al escuchar mi voz, y sus ojos no tardaron en comenzar a recorrerme.

Estaba serio. Y sus ojos se posaban poco a poco en cada milímetro de mi cuerpo. Sentía al calor de su mirada, recorrer cada parte de mí. Y por alguna razón, sentí una obligación a contener la respiración, de estar quieta. Así me quedé, esperando a que sus ojos se llenaran de mí. No sé si el calor de mis mejillas subía por el calor, o por algo más. O por ambas.

El favor que me prometióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora