Capítulo 4

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Gracias por el apoyo :)




¿Qué pasaba?

—Leo, cariño, estoy aquí. ¿Qué pasa?

— Ámbar, ah, menos mal que has venido... Estoy metido en un buen lío — Soltó una risa nerviosa.

— Déjate de rodeos y explícame qué pasa.

— Ámbar, amor no es nada importante...

— Leo. — No le dejé terminar, me estaba preocupando.

Suspiró

— Bueno, estaba jugando, ya sabes, para poder sacar algo de dinero. —¿Ahora jugaba? El dinero se puede conseguir trabajando, por ejemplo. — Y, pues he perdido todas las apuestas — Se pasó una mano por la nuca, nervioso.

— ¿Y qué quieres que haga? — Pregunté

— Te quería pedir un poco de dinero. — Agachó la cabeza, y me susurro — Ya sabes como son en este casino, si no pagas una deuda de más de un millón, hay consecuencias muy malas... — Informó

— ¡¿Qué?! ¿Estás loco? ¿De dónde quieres que saque un millón de euros? Lo siento, pero debe de haber otra solución, diles que te den un año... — Sugerí. No sé cómo se atrevía a pedirme un millón de dinero.

— Ya se lo he preguntado, pero el hombre al que le debo el dinero lo exigió para los próximos 2 meses, cuanto antes. Vamos, por favor. Tú realmente me quieres, ¿verdad? — Sí, yo realmente te quiero... Que estaba pensando, no le puedo dar todo mi dinero, me quedaría sin blanca.

— Claro que te quiero. Pero no te puedo dar todos mis ahorros... Me quedaría sin dinero.

Se acercó a mí y me agarró fuertemente del brazo.

— Para, me estás haciendo daño... — Gemí.

— Dame. El. Dinero. — Me advirtió. — Si no quieres que te arranque de cuajo esos ojos de distinto color. — Siempre había tenido complejo de mis ojos. Tenía heterocromía. El ojo izquierdo marrón, y el derecho verde.

Él me había ayudado a que, poco a poco, me afectara menos la forma en que la gente me miraba por la calle, o como los niños me señalaban. Aparte de mi heterocromía, tenía un aspecto bastante normal. Piel bronceada, labios gruesos, nariz puntiaguda y pelo negro ondulado. También era bastante bajita.

Se me ilumino la cara, acababa de tener una idea. Aquel hombre de ojos azules, me prometió un favor... el que sea.

Me zafé del agarre de Leo. Ya estaba acostumbrada a que se enfadase y me hiciera esas cosas, a sí que no le di mucha importancia.

Saque el móvil y busque el número.

Chico del favor.

Llamé su número y esperé. Para mi sorpresa, respondió al primer tono.

— ¿Eres la que me curó?

— Hola, sí. ¿Puedes venir al casino The Euphoria? Quiero usar mi favor. —

— Estoy de camino.

Pensé que me iba a colgar y a decir que me fuese a la mierda, pero para mi sorpresa, accedió.

Después de eso me colgó.

Leo estaba sentado, moviendo frenéticamente la pierna derecha. Me acerque para pasarle la mano por la espalda, para consolarle, pero me la aparto de un manotazo. Era normal, estaba nervioso ¿Verdad?

Claro que no es normal, estúpida.

Espere en la butaca a que viniese aquel hombre.

El casino era realmente bonito. Casi todo era de rojo, de terciopelo, los sofás, las butacas, sillones. Las mesas estaban decoradas con toques dorados. Había mesas en la derecha y en la izquierda y en el centro, había un chiringuito con todo tipo de bebidas, alcohólicas y vírgenes.

Antes de que pudiera darme cuenta, la puerta se abrió. Un hombre alto, corpulento, con los hombros anchos. Media un metro noventa como mínimo. Con el pelo negro peinado hacia atrás, unos ojos azules feroces que se detuvieron en los míos. Nos quedamos unos segundos mirándonos. Llevaba un traje negro con corbata azul marino, le combinaba con los ojos.

—Hola. ¿Qué necesita? — Dicho así, parecía que estuviera hablando con mi genio que acababa de salir de una tetera.

— Hola... Pues mi novio, Leo, tiene una deuda de — me aclaré la garganta y bajé la mirada— un millón de euros. — Le miré los ojos, tenía una expresión indiferente. ¿Se lo podía permitir?

— Claro, suban a mi despacho. Los dos.

¿Despacho? A lo mejor era secretario o algo así y podía hablar con el hombre al que Leo le debe la deuda.

Lo seguimos por unas escaleras que había al fondo de casino.

Llegamos a un pasillo, y nos abrió la puerta.

Era un despacho bastante bonito. En el suelo había una gran alfombra gris y el escritorio estaba hecho de madera de roble. Había unos sillones en las esquinas de la habitación, junto a unas lámparas largas inclinadas. No había luces fuertes. Si no que era todo muy tenue.

Se sentó en el escritorio y nosotros nos sentamos en el otro lado.

— Bueno, definitivamente no les puedo complacer con el favor. — Dijo el hombre con un tono demasiado tranquilo, con una sonrisa en la cara. Hizo que se me erizara la piel.

— C-como que no... Tiene... Tiene que haber una manera... — Dije. Miré a Leo, que estaba mucho más tranquilo que yo. ¿Por qué me estaba preocupando tanto?

— Lo siento señorita. Pero cuando y donde quiere el dinero, es decisión del cliente. No se puede cambiar. Son sus derechos. — Miró a su móvil un momento y luego frunció el ceño.

— Pero...

— Les puedo dar una oferta. Y yo pagaré la deuda. — A Leo se le iluminó la cara.

— ¿En serio? Dímela, la cumpliremos.

— Quiero que te vengas a vivir conmigo. Por siempre. —Dijo el hombre. Mientras me miraba fijamente a los ojos.

El favor que me prometióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora