Capítulo 6

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—Wow... — Susurré para mí misma.

No, no era una casa. Era una jodida mansión.

Las paredes eran blancas, y el suelo igual. Aunque casi no se veía, porque estaba todo cubierto de alfombras muy bonitas, de colores rojizos y amarillos.

Había cuadros abstractos con colores que quedaban genial. El techo era muy alto y escalado. En la parte más alta, había un hermoso mosaico transparente, de lo que parecía ser una sirena.

Tenía varios salones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Mientras que en el medio había una televisión gigante y un sofá espectacular, junto a una mesita de café. En el de la izquierda había junto a ella una cocina bastante grande y bonita. Y en el de la derecha más de lo mismo, solo con diferentes muebles.

El salón de la derecha daba a unas puertas que supuse que eran habitaciones y unas escaleras.

— Ven, es de noche y estarás cansada. Esta será tu habitación— me guio hasta la habitación de la izquierda que estaba junto al salón.

Cuando, abrí, estaba decorada como el resto de la casa, solo que el suelo era de madera clara. Tenía su baño propio, con bañera y ducha. Y un gran espejo y bastante espacioso. La cama era de matrimonio y las sabanas eran de un gris claro. Habían muchas almohadas, demasiadas.

No tenía energía para pensar. Me quité los tacones y me metí a la cama.

***

No podía dormir.

No estaba mi almohada, ni mi manta, ni mi osito, ni Becca... ¡Joder! ¿Qué le iba a decir? ¿Qué me iba a vivir con un mafioso italiano multimillonario?

Necesitaba avisarles.

¡Y al hospital! Me necesitaban, tenía que ir a explicarles al equipo mi ausencia.

"Quiero que te vengas a vivir conmigo. Por siempre."

¿Tendría que dejar el trabajo de mis sueños? Espero que me tenga aquí durante una semanita y me deje irme.

Traté de dormirme, pero no podía, otra vez.

Decidí levantarme a por un vaso de agua, a ver si podía calmarme y organizar mi cabeza.

Me costaba ubicarme, pero la casa estaba llena de ventanales que ocupaban una pared entera, a si que la luz de la luna ayudaba.

Pude llegar a la cocina, alcanzar un vaso —después de buscar por todos los cajones y armarios de esa cocina absurdamente grande— y lo llené de agua.

—¡Ah! — Chillé, una mano sé detuvo en mi hombro. Me giré y vi a Kenzo, sonriendo.

— Uy, ¿te he asustado? Lo siento. — Claramente, se estaba burlando de mí, su tono y su sonrisa lo decían todo.

— No me toques. — Advertí.

— Ey, calma. — Se detuvo un momento —¿Cómo no te has perdido? ¿No quieres que te dibuje un mapa o algo para ubicarte? La casa es bastante grande. —

—No gracias — Dije con una sonrisa sarcástica — Creo que con los días me iré acordando. —

— Esa es mi chica, siempre pensando positivo. — Vaya, al menos teníamos algo de humor por su parte, menos mal. Llego a tener que pasar una eternidad con un amargado, y la llevábamos bien.

— ¿No puedes dormir? —No, y suponiendo que él estaba aquí, él tampoco podía.

— No, a ver, durmiendo en la casa de un completo desconocido, creo que no cualquiera podría. — Sonrío

— Si quieres, nos podemos conocer y pasaríamos a ser conocidos. — Sugirió, encendiendo la luz de la cocina.

Ahora le veía mejor, tenía el pelo revuelto y despeinado, y le quedaba mejor así. Llevaba unos pantalones de algodón negros, y una sudadera roja de lo que parecía ser una banda de música.

Él me miró de arriba abajo la ropa, y frunció el ceño.

Todavía llevaba el vestido dorado. Era bastante incómodo dormir con el, pero, ¡Sorpresa! No tenía ropa en esta casa, increíble, ¿verdad?

—No gracias, creo que me voy a dormir. — Y me encaminé hacia la habitación.

— Espera, te daré algo de ropa. — Me agarró de la mano, para detenerme. — Ven conmigo. — Lo seguí.

Lo esperé fuera de la habitación durante unos minutos, y volvió con unos pantalones de algodón grises, y un camisón con un estampado de flores.

— Esto es lo más femenino que tengo en el armario —

— ¿Y cómo sabes que me gusta lo femenino...? — Pregunté, desafiándolo. Si que me gustaba sentirme femenina. Pero cuando más le puteara, mejor.

— Te puedo dar ropa mía, pero esta no la uso desde hace tiempo. Y pensé que te sentirías más cómoda, no sé, si a ti te gusta dormir desnuda... — Le quité la ropa de la mano, mientras me iba a mi habitación.

— Gracias... — Dije en un murmuro.

— ¿Qué? No te escucho. — Me giré hacia el y vi que estaba sonriendo.

Será cabrón.

— No lo pienso repetir dos veces. Ya me has escuchado. — Finalicé la conversación y me encaminé hacia la habitación y en el camino, vi por los ventanales que el sol ya asomaba. No iba a poder dormir muchas horas. Pero uno es mejor que nada.

Me metí en la habitación y me cambié. Ahora sí que estaba mucho más cómoda.

Me quedé dormida al instante.

El favor que me prometióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora