1. UN AMANECER

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Issy.

New York.


  El bullicio nocturno se cuela por las rendijas de mi ventana, perturbando el descanso que tanto he ansiado en los últimos meses. Quizás culpar a las estridentes noches neoyorquinas sea la excusa perfecta para mis insomnios. El sueño, esquivo y caprichoso, parece haber borrado de su mapa la ubicación de mi dormitorio, todo por culpa de Rigel, un hombre que, con claridad meridiana, no merece ocupar mis pensamientos. Aunque me resisto a admitirlo, la verdad es que su traición me ha dejado una herida abierta, una que duele con la intensidad de un amor que estuvo a un paso del altar.

  En el jardín, un santuario de flores promete la serenidad que cada noche se desvanece entre las cuatro paredes de lo que debería ser mi santuario. Las gardenias y las rosas blancas, con su aroma embriagador, son un bálsamo para el alma.

  —Es muy tarde —la voz de Marcus, suave y preocupada, me sorprende y me hace girar, abrazándome en un vano intento de hallar consuelo en el frío de la noche—. Pronto será tu cumpleaños —sus ojos se iluminan con un brillo especial— y te mereces un respiro. Por eso, he reservado un lugar y comprado un boleto para que visites Noruega.

  Una sonrisa involuntaria se dibuja en mi rostro. ¿Noruega? ¿Yo?

  —¿Acaso me estás desterrando? —pregunto, mi voz teñida de una ironía juguetona.

  —Siempre has soñado con Noruega, y creo que este es el momento perfecto —prolonga sus palabras, dejando un silencio cargado de significado—. En unos días, debo partir a París por negocios, y tú... tú necesitas cambiar de aires, distraerte.

  Me lanzo a sus brazos, dejando que la emoción fluya libremente. En mi mente desfilan las auroras boreales, las noches gélidas, los lagos cristalinos y todos esos rincones que he anhelado explorar.

  La mañana se torna frenética cuando me veo obligada a empacar a toda prisa. Mi vuelo despega en unas horas, y hasta este momento, había olvidado por completo preparar mi equipaje. Agradezco en silencio que el aeropuerto esté a solo cinco minutos de casa; perderme este viaje tan deseado sería imperdonable.

  —Ya estoy lista —anuncio, arrastrando la maleta recién empacada. Su peso es un recordatorio tangible de la aventura que me espera.

  Olmos carga mi equipaje en el coche antes de conducirme al aeropuerto. Opté por vestir algo cómodo para las diez horas de vuelo, horas que planeo dedicar a soñar con los ojos cerrados.

ENGAÑO REALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora