14. HOHENBERG.

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Issy.

Hohenberg.


  El imponente palacio de Hohenberg se alza ante mí, eclipsando incluso el esplendor de Valdogria. Sus jardines, vastos y meticulosamente cuidados, proyectan una solemnidad que se extiende hasta el alma del hogar. Las puertas se entreabren, invitándonos a un aposento que promete maravillas aún mayores en su interior.

  Un oasis de verdor me recibe en el jardín interior, donde las plantas colgantes tejen un tapiz vivo que haría suspirar a cualquier amante de la naturaleza.

  — Majestades —nos saluda una señora de cabello plateado y rostro marcado por el tiempo—. Soy la ama de llaves, la señora Smith.

  Con una reverencia que denota respeto y una vida de servicio, la señora Smith nos guía por un pasillo adornado con ventanales que enmarcan el atardecer. Solo hoy descubro que Hohenberg, este pequeño país anidado entre Francia e Italia, se baña en las aguas azules del Mediterráneo que bañan las costas que rodean el palacio a las orillas del mar.

  El avión nos depositó en un paraíso de costas que rivalizan con la belleza itálica y un clima que evoca el calor caribeño.

  — Majestad, esta será su habitación —dice Agatha, mi doncella, señalando una puerta a lo largo del corredor.

  — ¿Cómo que mi habitación, Agatha? —susurro, confundida—. ¿No será la habitación de ambos?

  El rey se aleja, su figura se pierde en la distancia del pasillo. ¿Acaso no es nuestra noche de bodas? Deberíamos compartir el lecho nupcial.

  — Pero es nuestra noche de bodas —insisto, la confusión tiñendo mi voz.

  — Así lo desea el rey —responde Agatha callendo como balde de agua fría aquellas palabras, abriendo la puerta con una nota de finalidad en su voz.

  Así que ha sido decisión suya. ¿Tan poco le importo que prefiere mantenerme a nueve puertas de distancia? ¿Soy tan despreciable para él?

  Me acerco al ventanal, contemplando el Mediterráneo que besa las costas y fluye junto al río. Azul, profundo, misterioso; así es Vicencio. Anhelo descubrir sus secretos, entender por qué se aleja, qué oculta y por qué huye de mí.

  — Majestad, debe prepararse para la cena —me recuerda Agatha, antes de asumir su habitual posición de guardiana tras mi puerta.

  — No tengo ánimos de bajar, Agatha —confieso, dejándome caer sobre la cama, exhausta.

  — Debe hacerlo —insiste ella, su voz apenas un susurro—. De lo contrario, se tejerán rumores sobre su matrimonio, recuerde que ahora es una reina y el de...

  —Lo sé—murmuro interrumpiendo, las palabras del rey resonando en mi mente—. Los deseos no tienen lugar cuando el deber prevalece.

  Me dirijo al baño, buscando en la ducha fría un alivio para mis pensamientos agitados. El vestido que elijo es sencillo, de escote Bardot, ceñido a la cintura y con una falda que fluye hasta mis pies. Agatha me asiste con mi cabello, adornándolo con una pequeña corona de diamantes.

  Antes de descender al comedor, reviso mi móvil por curiosidad. Las redes sociales bullen con imágenes de mi boda, cada comentario una ventana a la opinión pública.

ENGAÑO REALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora