11. LA BODA REAL.

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Vicencio.

  Sus caderas sobre las mías se movían con una sensualidad que robaba el aliento, mi respiración se entrecortaba y mi torso se cubría de sudor por la intensidad del momento, un momento que se esfuma con la interrupción a mis sueños.

  Con un jadeo, la realidad me golpea; Humboldt, como cada mañana, irrumpe en mi habitación para descorrer las cortinas, permitiendo que la luz del amanecer disipe mis sueños. Muy bien, pensar en ella me impide conciliar el sueño como es debido, y cuándo por fin logro dormir aparece en mis sueños. Era ella, la mujer que en pocas horas se convertiría en mi reina.

  — Majestad —saluda Humboldt, su rostro una máscara de profesionalismo —. Abajo lo espera la señorita Jones y su hermano para tomar el desayuno en el jardín.

  Observo el ventanal que muestra a los sirvientes poblando el jardín dando los últimos detalles para la boda tan anhelada.

  — Prepara el jardín —ordeno, levantándome para dirigirme al baño—. Deseo practicar mi puntería.

  Escucho la puerta cerrarse cuando Humboldt se marcha dejándome en completa soledad, una soledad que me ha perseguido toda mi vida y ahora se verá quebrantada por la presencia de Isidora en mi vida.

  No conozco más que la soledad, temo arruinar lo que sea deba construir. ¿Pero como puedo construir algo que desconozco? ¿Cómo puedo construir amor o sentimientos que deben nacer repentinamente? Resoplo agobiado por mis constantes pensamientos respecto a la mujer que no consigo sacar de mi cabeza.

  Envuelto en una toalla, me enfrento al espejo para afeitar la barba incipiente y peinar mi cabello. Hoy es el día de la boda, y desde mi habitación, el bullicio de los preparativos invade el jardín. Han sido meses exhaustivos; apenas estoy asumiendo el control del reino y la boda ha abarrotado mi agenda. Anhelo el descanso que prometen los días de luna de miel. Y anhelo que sea realmente un descanso, pero sé que se verá tronchado por la simple presencia de Isidora, ella se ha encargado de ser el objeto de mis más recientes disgustos.

  El frío noruego me recibe al salir de la ducha, un frío que hace temblar mis labios y añorar el calor.

  Desciendo al comedor exterior donde, como esperaba, se encuentran mi prometida y su hermano, un viejo amigo de Oxford con quien he tenido el placer de reencontrarme de forma inesperada.

  Me siento, y Agatha no tarda en saludarme con una reverencia contenida, como es costumbre. La señorita Jones aparenta ignorar mi presencia cuando es obvio que no resiste las ganas y debe observar mis ojos antes de caer presa de la angustia que le causaría no seguir sus instintos, la observo de reojo, notando el sencillo vestido que lleva, sin restar su belleza. Al sentir mi mirada, me saluda con una sonrisa mal forzada, tal vez resentida por la advertencia que le di la noche anterior respecto a los sentimientos que ella pueda despertar por mí. Esta boda es parte de mi deber como monarca, un deber que debo anteponer a mis deseos propios y en mis deseos se incluye cualquier tipo de sentimiento.

  — Majestad, qué inusual verlo llegar tarde al desayuno —su ironía me arranca una risa breve, pero incómodo bajo la mirada inquisitiva de su hermano dejo de reír.

  — Por supuesto —respondo con igual sarcasmo—. Usted sabe que no deseo perder ni un instante sin admirar su rostro.

  La sombra de desconfianza en sus ojos intenta perforarme cuando se oscurecen, intensificando el verde escondido en su mirada. Me apresuro a terminar mi desayuno; no hay tiempo que perder, y antes de alistarme para la boda, necesito liberar mi ira contra algo, cualquier cosa.

ENGAÑO REALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora