18. TRAICIÓN.

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Vicencio.

 

  La gélida soledad que me ha envuelto durante la noche se disipa en el cálido abrazo de mi esposa. Su risa, una melodía tan singular como las notas dispersas en un piano, resuena en mis oídos.

  —El marqués es un hombre de gran erudición—murmura, mientras sus dedos dibujan líneas invisibles sobre mi cuero cabelludo, despertando una oleada de celos con sus elogios hacia el joven noble.

  La miro, simulando un disgusto que no siento.

  —¿Intentas provocar mi envidia hacia el Marqués?—pregunto. Su carcajada inunda la estancia, y no puedo apartar la vista de ella, provocando un adorable rubor en sus mejillas.

  —Dudo que el marqués despierte en mí lo que tú provocas—responde, y mi corazón se acelera en el pecho. ¿Será que lo que despierto en ella se asemeja a la tormenta de emociones que ella desata en mí? Un torbellino de sentimientos que clama por poseerla.

  La sorprendo cuando mis labios capturan los suyos en un beso intenso y repentino. La respuesta de su cuerpo al mío es inmediata.

  Desato su cabello, liberándolo de la coleta alta que lo sujeta. Las ondas castañas se derraman sobre sus hombros, transformándola en una visión de ninfa, sensual y codiciable bajo el peso de mi cuerpo amenazando con acabar la tortura de mi bragadura.

  —Majestad— el toque en la puerta, acompañado por la voz de Humboldt, me hace enrojecer de la molestia por su irrupción en el momento menos apropiado para hablar lo que sea que quisiese hablar.

  ¿Acaso no tiene nada mejor que hacer? Subo la bragueta de mi pantalón antes de abrir la puerta con el pecho aún descubierto. Humboldt carraspea, suponiendo mis actos previos a su llegada. Le fulmino con la mirada, suficientemente enfadado por acabar con la rigidez que minutos antes de su llegada iba a disfrutar invadiendo a la reina.

  —Tengo que mostrarle algo muy importante— intento cerrar la puerta ignorando que me ha molestado a estas horas y en este instante para simples asuntos de estado, pero su mano lo impide.

 —Ahora no, Humboldt— digo, sin dejar de desafiarlo con la mirada— estoy ocupado.

  —Es la corte.

  Resoplo, molesto por la estúpida corte. Es mi luna de miel y ni siquiera por eso dejan de importunar y perturbar mi paz, si es que aún conservo aquello que se llama tranquilidad. Me pongo una camisa poco arreglada dejando ver la rapidez con la que me la he puesto, tomo mi móvil de una mesita y beso los labios de la mujer que yace en la cama, su piel semidesnuda brillando a la luz de la luna que invade la alcoba por medio del ventanal.

  Sigo a Humboldt al despacho. Mis ojos recorren la biblioteca que he creado en los últimos años con mis libros preferidos antes de sentarme tras el escritorio. Humboldt rebusca entre los papeles en las gavetas mientras yo espero impaciente, ansiando volver a los brazos de mi esposa.

  Me entrega el sobre que no demoro en abrir.

  —Ya he hecho lo que ellos querían— digo después de leer la breve carta ordenando mi ejecución a los deberes que envuelven un matrimonio—. ¿Qué más es lo que quieren? Cumplí con mis deberes maritales como ellos exigieron.

ENGAÑO REALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora