12. LOS VOTOS DEL REY.

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Issy.

  El aroma embriagador del perfume llena la alcoba, mientras Agatha da los últimos retoques a mi cabello, recogido en un moño bajo de sofisticada elegancia, adornado con una tiara que centellea con el brillo de los diamantes. Su arte en el maquillaje es sutil, delineando mi rostro con trazos que realzan la profundidad de mis ojos, ventanas del alma que hoy brillan con una luz melancólica. Ante el espejo, mi reflejo me devuelve la imagen de una belleza serena, aún sin el vestido que yace sobre la cama, blanco y majestuoso, con un escote que promete robar suspiros. Agatha entra al closet en busca de unos zapatos.

  La puerta se entreabre, y mi mirada se desliza hacia la figura que se reporta en el umbral.

  — Majestad —saludo, con una mezcla de formalidad y broma, a Vicencio, que se mantiene erguido en la entrada—. Trae mala suerte ver a la novia antes de la boda.

  Su risa es un sonido cálido que me hace ruborizar, especialmente bajo la intensidad de su mirada, que recorre mi figura envuelta en el albornoz de satén. Cruzando los brazos, intento en vano cubrirme más, consciente de la tensión que se teje en el aire entre nosotros.

  — De todas formas, ya le vi esta mañana —responde él, avanzando hacia mí con una confianza que desarma, las manos casualmente hundidas en los bolsillos de su pantalón.

  Viste de negro, un traje que le sienta como una segunda piel, contrastando con el azabache de su cabello, peinado hacia atrás con una precisión que habla de elegancia.

  — Imagino que no ha venido a discutir supersticiones —comento, la curiosidad picando en mi voz.

  Él toma mi mano, y por un momento, siento que floto, elevada por su tacto, antes de volver a la realidad con la gravedad de su mirada grisácea. De su bolsillo extrae una pequeña caja, depositándola en mi palma abierta.

  — Es para usted —dice, y al abrir el estuche, la joya en su interior captura la luz, un anillo con una turquesa resplandeciente flanqueada por dos diamantes. Levanto la vista hacia él, una sonrisa de gratitud floreciendo en mis labios—. Es oro blanco y larimar, pensé en un diamante, pero es una gema demasiado común para alguien tan singular como usted.

  Nuestras sonrisas se encuentran, cómplices.

  — Permítame —insiste él, tomando el anillo para deslizarlo en mi dedo, observando cómo la pieza complementa mi mano.

  — Es una piedra preciosa.

  — En sus manos, luce aún más hermosa —su sonrisa es rara y genuina, un destello de algo profundo y sincero—. Debería irme para que termine de vestirse; la ceremonia está a punto de comenzar.

  Asiento, incapaz de apartar la mirada de esos ojos que me han cautivado desde el primer momento.

  — Majestad, yo...

  Mis palabras lo detienen en seco, pero mi mente se queda en blanco, incapaz de articular un sonido mientras él se gira, expectante.

  — Si le preocupa lo del otro día —rompe el silencio, su voz tranquila—, no se preocupe, no volverá a ocurrir.

  — Usted... —me llevo una mano a la frente, frustrada por la falta de palabras.

ENGAÑO REALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora