16. CONTRAATAQUE.

16 4 1
                                    

Issy.

  El canto matutino de los pájaros y el cálido abrazo del sol en mi piel interrumpen mis sueños más profundos. La voz vibrante de Agatha, cargada de un entusiasmo que apenas puede contener, me arranca de las garras del sueño. Con un gesto elegante, descorre las cortinas, permitiendo que la luz invada la estancia y desafíe mi deseo de permanecer en el limbo del descanso.

  — Buenos días, majestad —saluda con una reverencia teatral, su sonrisa apenas disimula la alegría que irradia.

  — ¿Cómo logras despertar con tal alegría? —pregunto, mi voz aún pesada por el sueño. Me deslizo fuera de las sábanas, anhelando la posibilidad de pasar el día, o quizás toda la vida, enredada en su suave abrazo.

  Con movimientos perezosos, recojo mi cabello en un moño improvisado y me sumerjo en la bañera que Agatha ha preparado. Mientras me cepillo los dientes, noto su mirada fija en mí, adornada con una sonrisa enigmática.

  — ¿Sucede algo? —indago, la curiosidad tiñe mi tono.

  — El rey estuvo muy preocupado por usted anoche, no se alejó de la puerta ni un instante —revela, y una risa cómplice florece en mis labios al recordar nuestro abrazo nocturno—. ¿Disfrutó de la noche de bodas?

  Su pregunta, tan directa como inesperada, me arranca otra carcajada. Mis labios se sellan en una sonrisa involuntaria mientras recuerdo su comprensión hacia mis sentimientos.

  — Sí, más de lo que imaginaba —confieso, sin que la sonrisa abandone mi rostro—. Y antes de que lo preguntes, no, no ocurrió lo que todos esperan.

  La confusión se pinta en su rostro mientras busca respuestas en mi mirada, pero opto por guardar el secreto de la noche. La sonrisa se niega a abandonarme mientras me relajo en la bañera. Al salir, me envuelvo en una toalla y elijo un vestido ligero para combatir el calor de la mañana.

  Agatha me acompaña por los pasillos del palacio hasta el comedor, donde el desayuno ya está servido. Como es habitual, Vicencio llegará tarde. Me acomodo en una de las sillas principales, degustando cada bocado con una elegancia que nunca necesité en Brooklyn, antes de que la realeza europea me reclamara.

  Al terminar, la decepción me embarga al ver que Vicencio no ha descendido a desayunar. Su silla vacía me golpea con la dura realidad, y las palabras que pronunció en el palacio de Highgarden caen sobre mí como un balde de agua fría.

  «Arranque de sí cualquier sentimiento por mí, pues yo no deseo sentir nada por nadie.»

  Con un gesto de frustración acompañado de un pequeño grito, arrojo la servilleta sobre la mesa. Había pensado que podría ser diferente, que algo más que el maldito deber nos uniría. Que su deber hacia la corona no sería lo único que nos conectara. Creí que él podría llegar a sentir algo por mí después de su comportamiento anoche. Pero no fue más que lástima por mi soledad.

  Mis pasos resueltos me llevan a través del palacio y sus jardines. La brisa marina juega con mi cabello mientras camino hacia la costa, buscando apaciguar mi mal humor.

  — Majestad, sería mejor que regresara al palacio —sugiere Agatha su voz teñida de preocupación, sin dejar de seguirme.

  — Déjame sola, Agatha —insisto, pero ella ignora mi petición y permanece a mi lado.

  — Majestad, es peligroso...

ENGAÑO REALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora