Capítulo 1: La raíz del problema

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Una Chiara de cinco años esperaba impaciente la hora donde podría ver a su mejor amigo, Martin. Su vecino de toda la vida, de su corta vida.

Emma, la madre de Chiara y Rebeca, la madre de Martin, eran amigas desde la secundaria, casi inseparables, uña y carne hasta el punto donde quedaron embarazadas el mismo año.

Sus casas quedaban una enfrente de la otra, sólo una pequeña carretera separaba un porche de otro. Al igual que lo fueron ellas, esperaban que Martin y Chiara fuesen inseparables, y en eso tenían razón, desde que nacieron parecían dos lapas. Incluso cuando tenían a penas meses de nacidos Chiara, que nació unos meses antes, necesitaba estar cerca de Martin para dejar de llorar.

Conforme los años pasaban aprendieron a hacer todo juntos. Dieron sus primeros pasos el mismo día, aprendieron a leer a la vez, todas sus primeras veces tenían como protagonistas la presencia del otro.

El timbre sonó y la pequeña Chiara salió corriendo a la puerta, aunque tuvo que esperar a su madre porque aún se le dificultaba llegar al pomo. Al abrir se encontraron con Rebeca y Martin a su lado agarrándole la mano.

En cuanto conectaron miradas se sonrieron mutuamente antes de salir corriendo hacia el jardín de la casa Oliver.

Cuando llegaron Martin vació su pequeña mochila en el césped para comenzar a jugar con sus preciados tesoros.

— Tin ¿Qué haces? – preguntó Chiara con un gesto curioso.

— ¿Qué?

— Mueves la boca muy raro.

— Oh. Comiendo chicle.

— ¿Comes chicle?

— Ya estoy comiendo.

— ¿Hoy vais a cantar? – Emma se sentó junto a Rebeca en las sillas del jardín para vigilar a sus hijos.

— ¡No, comiendo chicle! – dijo Martin más alto.

— A ver, Martin, haz un globo – habló Rebeca.

— No sé hacerlo... – el pequeño se cruzó de brazos algo triste.

— Pues hay que meter la lengua dentro del chicle y apretar. – sugirió Emma.

Martin miró a Chiara y luego volvió la vista a sus madres. Lo intentó una vez, y luego otra, pero nada.

— No sé hacerlo. – dijo triste.

— Que si sabes – dijo Emma.

— ¡Qué no sé! – chilló enfadado.

— Ya déjale mamá. – Chiara agarró la mano de Martin y se alejaron un poco para empezar a jugar.

Chiara y Martin jugaron como lo hacían todas las tardes. Los muñecos de Martin eran sus títeres, podían pasar de interpretar a los últimos supervivientes en la tierra a interpretar un grupo de baile.

Su historia de unos vaqueros en el lejano oeste se vio detenida al colarse en el jardín una pelota de los vecinos.

Martin quiso agarrarla para usarla como una bomba dentro de su historia, pero su madre fue más rápida y la terminó pasando por encima de la valla para devolverla a su propietario original.

— Será de los nuevos vecinos. – dijo Emma.

— ¿Los has conocido ya?

— No he tenido el placer. ¿Tú también tienes nuevos no?

— Sí. Hablé un poco esta mañana con ellos, son amigos de los tuyos, viven enfrente como nosotras. ¿Y sabes qué es lo mejor?

— Sorprendeme.

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