Capítulo 2

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CAPÍTULO 2: ¿Quién necesita amigos cuando estás tratando de sobrevivir?

Lilith vino a verme al día siguiente.

Yo me había levantado con una especie de resaca muy rara a pesar de no haber bebido ni una sola gota de alcohol en todo el día. No podía beber tomando la medicación.

Recordaba a la perfección todas las sensaciones que había sentido al ver a Hades, pero el resto del día después de aquella visita era como un borrón extraño en mi mente. No me acordaba qué había comido, ni qué había hablado con mi madre a lo largo del día, ni si me había duchado, y mucho menos haberme ido a dormir por la noche.

Por la mañana me había dejado caer sobre la silla de la cocina con un café bien cargado y toda la intención de encontrarle una respuesta lógica a lo que me estaba pasando. No era normal quedarse sin aliento (literalmente) al conocer a una persona, ni sentir que la tierra bajo tus pies se abre y caer al vacío mientras te pierdes en la profundidad de su mirada.

Por mi condición sabía que tendía a ser un poco... intensa cuando me gustaba alguien, pero ya había pasado por ahí antes y lo que había sentido por ese chico no se le comparaba a la posible obsesión que el trastorno pudiera haberme provocado.

Aquello no era normal, ni siquiera para mí.

Era una estupidez.

Seguramente ahora estuviera sufriendo las consecuencias de aquella vez que mis padres me habían sacado de paseo, el cinturón del carrito falló y me caí de cabeza al duro suelo con la tierna edad de dos años. Los síntomas de lesión cerebral por fin estarían dando la cara.

Parecía improbable, sí, pero al menos tendría una respuesta que explicara lo que me había pasado. Así que me agarré a esa idea e intenté convencerme de que no era algo tan descabellado, porque la alternativa era pensar que los vecinos de al lado eran chicos recién salidos de Hogwarts y que Hades me había lanzado un Petrificus Totalus no verbal para hacerse el graciosillo delante de sus hermanos.

Lo cierto era que no se me ocurría nada más racional. Como tampoco se me ocurría una explicación convincente para la manera en que mi cuerpo parecía pedirme a gritos que saliera corriendo a buscar a Hades. ¿Qué? ¿Por qué? Era como si a ambos nos hubieran amarrado a los extremos de una cuerda invisible y él estuviera constantemente tirando de mí. Era absolutamente inaceptable.

Trataba de no pensar en eso cuando apareció mi madre y me dio los buenos días con más entusiasmo del esperado.

Clavé los ojos en el reloj de la pared. Las diez y media. Al levantarme y no encontrarla había creído que ya se habría ido.

—¿Hoy no sales a buscar trabajo?

Ella me miró con extrañeza, pero justo cuando estaba por responder llamaron a la puerta y tuve que ir a abrir porque mi madre estaba en la cocina deshaciéndose en comentarios sobre lo rara que estaba desde ayer.

Lilith me dedicó una sonrisa tan grande y brillante desde el otro lado de la puerta que ver sus adorables hoyuelos me hizo preguntarme por qué unas tenían la suerte de ser tan insultantemente guapas y otras teníamos que conformarnos con ser solo normalitas. No era justo.

—¡Hola vecina! —exclamó con voz cantarina antes de alzar la mano para enseñarme su teléfono móvil—. ¿Podría usar tu wifi? Tengo que hacer la matrícula online para el instituto y aún no han venido a instalarnos el internet.

Enarqué una ceja. A juzgar por cómo había visto su casa el día anterior se me hacía difícil creer que no hubieran tenido lista hasta la tele por cable antes de mudarse definitivamente, pero después de un momento decidí que no tenía motivos para dudar de su palabra.

Los secretos que intentamos guardarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora