Capítulo 10

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CAPÍTULO 10: Aquí hay gato encerrado. Y no precisamente el que alimenta Hades.

Cuando me desperté, estaba en mi propia cama.

No recordaba mucho de lo que había pasado después de que Hades confirmara su odio hacia mí y rompiera cualquier tonta esperanza que hubiera podido tener hasta entonces, así que supongo que recogí mi orgullo del suelo y me fui a mi casa.

Tal vez llorara, tal vez no. Tan solo tenía el vago recuerdo de haberme hecho un ovillo bajo las sábanas, y luego nada más.

Cuando pude levantarme de la cama, simplemente me arrastré hasta el sofá.

Ni siquiera sabía cómo me sentía. ¿Me sentía de alguna forma en concreto? No, solo había un enorme hueco en mi pecho que se había abierto de repente y parecía haberse tragado cualquier sentimiento que pudiera experimentar después de aquel incómodo encuentro en su patio trasero. ¿Cómo era eso posible? No lo sabía, solo sabía que me sentía extrañamente vacía.

Una pequeña vocecilla en el interior de mi cabeza intentaba enumerar todas las razones por las que no debería sentirme como si hubieran roto conmigo, principalmente porque ni siquiera habíamos estado saliendo ni nada parecido. ¡Ni siquiera éramos amigos!

La voz se hacía cada vez más molesta a medida que hablaba. Sí, ya sabía que me estaba comportando como una niña caprichosa que quiere lo que no puede tener. Sí, ya sabía que mi felicidad no podía depender de nadie más que de mí misma. Sí, ya sabía que merecía a alguien que realmente disfrutara de mi compañía.

Lo que esa voz que intentaba ser racional no entendía era que, en realidad, aquello que sentía iba un paso más allá de todo eso. Me sentía irremediablemente ligada a él. Mi mente abandonaba toda lógica cuando lo veía o pensaba en él, mi cuerpo se ponía literalmente enfermo ante la idea de no volver a verlo.

Ahora mismo me sentía enferma. Me dolía la cabeza y tenía una pesadez en la boca del estómago que me estaba matando lentamente. Me costaba hasta moverme. Y odiaba sentirme así, pero no podía evitarlo.

Siempre había tendido a obsesionarme un poco con los chicos que me gustaban, aunque nunca (¡nunca!) había perdido la identidad por ninguno de ellos, pero con Hades era como si me hubiera robado la capacidad de ser yo misma sin ni siquiera darse cuenta, sin ni siquiera ser consciente de lo que causaba en mí.

Solté un gemido lastimero cuando llamaron a la puerta, pero saqué fuerzas de donde no existían y conseguí llegar hasta ella.

Mis rodillas flaquearon un poco cuando descubrí que la persona al otro lado era la menos pensada: Hades. Pero me sujeté a la puerta y fingí seguir teniendo un poco de dignidad mientras me encontraba frente a él.

—Vaya... Buenos días, Hades —dije, y no pude evitar cerrar los ojos un instante porque en realidad había sonado más cortante de lo que había pretendido.

«No tienes derecho a estar despechada», me recordé.

—Buenos días, Mary —respondió él, y luego metió las manos en los bolsillos de su chupa de cuero negro.

Aquel simple gesto hizo que mi tonto corazón se volviera loco de nuevo. Estaba segura de que podían escucharse los frenéticos latidos en el breve lapso de tiempo en el que nos quedamos en silencio, así que me apresuré a llenar aquel incómodo momento con palabras.

—¿Qué necesitas? ¿Sal, azúcar...? ¿Que siga siendo amable con tu hermana a pesar de que tú eres todo lo antipático que se puede ser en la vida...?

Lo había vuelto a hacer. Había vuelto a hablar antes de pensar.

Por suerte, Hades decidió ignorar mi impertinencia.

Los secretos que intentamos guardarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora