Capítulo 7

23 3 2
                                    

CAPÍTULO 7: Si algo tengo claro en la vida es que haré lo que sea para compensarle a mi madre todo este sufrimiento, incluso si eso supone ir en contra de mi instinto de supervivencia.

Cuando terminé de subir las escaleras, el corazón se me había subido a la garganta y latía con tal fuerza que me la aplastaba desde dentro. Con todos los sentidos alerta y mirando de un lado a otro en busca de posibles intrusos, me deslicé hasta mi habitación y me hice con el arma blanca que guardaba en secreto para casos de emergencia. Saqué la hoja de la navaja y la empuñé con determinación mientras caminaba hacia el dormitorio de mi madre.

—¿Mamá? —dije con voz cautelosa.

Pero no hubo respuesta, así que seguí avanzando lentamente, tratando de no hacer ruido siquiera al respirar a medida que iba comprobando las estancias una a una hasta llegar a la última, cuya puerta estaba cerrada.

Seguía sujetando la navaja con firmeza, pero la mano libre me tembló cuando la alcé para girar el pomo.

El interior estaba tan oscuro que todo mi cuerpo se estremeció como un bofetón de viento helado, y luego me quedé allí, quieta, hasta que mis ojos se adaptaron a la falta de luz y pude divisar un bulto sobre la cama.

—¿Mamá? —repetí, pero tenía tanto miedo que las palabras salieron en un susurro entrecortado.

Y, entonces, se escuchó un gemido bajo y lastimero desde debajo de las sábanas.

Me decidí a encender la luz, y al no encontrar peligro alguno en la habitación, me guardé el arma en el bolsillo y corrí hacia la cama, arrodillándome a su lado.

Mi madre estaba hecha un ovillo en una esquinita, así que no fue difícil verle la cara. Cerraba los ojos con fuerza debido a la repentina luminosidad, pero sus labios formaban una fea mueca de dolor y, aunque ahora estaba aparentemente tranquila, podía notarse que había estado llorando durante mucho tiempo.

—Mamá —le dije, tomándole la mano—. Mamá, ¿qué te pasa?

Pero mi pregunta solo hizo que las lágrimas volvieran a acumularse en sus ojos nuevamente.

—Mamá... No, no, no... —Me levanté y rodeé la cama para tumbarme junto a ella y abrazarla desde atrás. Ella apoyó la cabeza en mi pecho y dejó que la acunara mientras lloraba desconsoladamente.

Odiaba tanto ver a mi madre sufrir que hubiera matado a cualquiera si eso significaba devolverle la paz interior. Luego, cuando recordé que seguramente estaba llorando por algo que era solo culpa mía...

Bloqueé el rumbo de aquellos pensamientos y me obligué a centrarme en lo que estaba pasando en el presente, así que empecé a acariciarle el cabello. Rara vez lloraba como lo estaba haciendo en ese momento, así que supe de inmediato que solo podía ser por una cosa.

—Echas de menos a papá, ¿verdad? —susurré.

Ella asintió levemente, y acto seguido empezó a llorar más fuerte.

—Yo... —empezó a balbucir—. Yo... Yo lo amaba.

—Lo sé, mamá.

—Y... siento... siento haberte mentido sobre él. Yo solo...

—Solo querías lo mejor para mí —la interrumpí—. Lo sé. Y no importa. Yo siento que ahora mismo estés sufriendo por mi culpa.

Mi madre trató de incorporarse, pero la sujeté con más fuerza para impedírselo. No quería que viera las lágrimas que habían empezado a surgir en mis ojos. Era la primera vez que tocábamos el tema desde que había sucedido.

El cuerpo de mi madre se relajó un poco en mis brazos.

—No fue culpa tuya, Mary.

Pero sí que lo era. Sentí una punzada en el pecho. Si mi padre había muerto por mi culpa (cosa que no era rebatible) y mi madre estaba sufriendo por su pérdida, entonces su tristeza era culpa mía.

Los secretos que intentamos guardarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora