Capítulo 4

19 2 0
                                    

CAPÍTULO 4: Al parecer aún quedan caballeros en el mundo. Y con manos muy suaves, por cierto.

Cuando le conté a mi madre que iba a salir con Jude y Lilith, gritó.

Llevaba tanto tiempo intentando convencerme de que volviera a hacer vida «normal» después de lo que pasó, que hasta a mí me parecía mentira que por fin hubiera accedido a ello.

Solo iba a ir al cine.

A un normal, sencillo e inofensivo cine. Y nunca pasa nada en un cine, aparte de ponerte hasta arriba de palomitas y de darte el lote con tu acompañante en el caso de tener una cita. No había razón para creer que mi vida correría peligro durante la película. Aun así, había convencido a los hermanos para que fuéramos a la última sesión, en parte porque habría menos gente y en parte porque las sombras de la noche ayudarían a evitar que cualquier transeúnte me reconociera. Además, me pondría algo negro para pasar desapercibida y dejaría que el pelo suelto me tapara el rostro la mayor parte del tiempo.

La gente apenas me reconocía porque me había teñido el cabello castaño en un rubio ceniza que planchaba con esmero cada día para ocultar mis rizos naturales, además de usar lentillas que cambiaban el color marrón de mis ojos en un azul celeste bastante claro. Además, había perdido entre ocho y diez kilos durante el primer mes debido al disgusto. Después, por más que volví a comer con normalidad, no había conseguido recuperar el peso. A veces extrañaba mis curvas, extrañaba no ser un saco de huesos todo el tiempo. Aun así, a pesar de todos mis esfuerzos sentía que no era suficiente, que me reconocerían en cualquier momento, y eso... eso sería nuestra perdición.

Me miré al espejo mientras terminaba de peinarme y traté de verme a través del reflejo, traté de ver a la persona que era en realidad, pero había cambiado tanto que apenas me reconocía. Porque no solo había cambiado físicamente, también por dentro era diferente. Ya no era la chica alegre y risueña que subía cientos de fotos y vídeos a las redes sociales y tenía un trillón de amigos. Ahora... estaba apagada, apática. Agotada por tener que estar a la defensiva todo el tiempo. Preocupada por mi vida y la de mi madre, paranoica por creer que conseguirían hacernos daño de un momento a otro. Y ahora también estaba loca por un chico al que acababa de conocer y con el que solo había intercambiado un puñado de palabras en la puerta de mi casa, la mayoría no muy amables y todas en un tono bastante desagradable.

¿Qué me estaba ocurriendo?

¿Me estaría pasando factura todo ese estrés y preocupación que cargaba como una cruz a mis espaldas desde hacía más de un año? Porque podía parecer normal a simple vista, pero por dentro estaba hecha de ruinas.

A veces me sentía realmente al límite, como si estuviera atrapada en mi propia mente con las puertas abiertas y, aun así, no pudiera escapar. Casi podía ver la fina línea que me separaba de la locura más total y absoluta.

Así que, pensándolo bien, esa escapadita al cine no me vendría mal después de todo, ¿no?

Bueno, lo descubriría en breve.

Mientras esperaba, mi teléfono sonó y el nombre de Julie apareció en la pantalla. Sonreí, descolgué e hicimos un rápido update de nuestras vidas. Así había sido desde que me mudé, llamadas, mensajes y videollamadas constantes para compensar el no poder pasar tiempo juntas como antes. ¡Nos conocíamos desde los cinco años! Yo pasaba mucho tiempo en casa de mis abuelos y ella era su vecina pared con pared, así que entablar una amistad había sido casi inevitable, y desde entonces siempre habíamos sido inseparables.

Ella también gritó cuando le conté lo de mi inminente salida al cine con los hermanos de al lado, aunque claramente le había decepcionado un poco que "el chico de oro" (como ella acostumbraba a llamar a Hades desde la primera vez que le hablé de él) no fuera.

Los secretos que intentamos guardarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora