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Cada noche tenía el mismo sueño. Volvía a vivir lo mismo otra vez.

Desde que se conocieron, desde que pasaron la noche por primera vez, desde que la defendió por haber sido insultada, desde que todo terminó.

Justo en un semáforo por el que pasaba casi siempre, había una boutique donde tenían vestidos en exhibición en los escaparates. Solía verla en esos vestidos, cada maldita vez que pasaba por ahí, solía imaginársela y su corazón se aceleraba. Por esa tienda descubrió lo mucho que la extrañaba.

Llegó un momento en que, cuando tuvo la oportunidad de irse, se largó de South Park sin dudarlo ni un segundo. Podría decirse que eso le ayudó mucho, pero a la vez, alargó un sufrimiento que bien pudo haber terminado tiempo atrás.

Era irreal pensar que hace 40 años seguían juntos, que se amaban incondicionalmente y no podía imaginarse un futuro sin estar a su lado. Sabía que dolería la separación, pero no así de tanto, que lo destrozó por cuatro malditas décadas. Que se sintió incapaz de volver a estar bien de nuevo, que al mínimo estímulo ya podía tener un puto cuchillo a punto de cercenar su piel, que todos estaban tan malditamente bien sin recordarlo, que solo les hacía mal a todos. Que entendía por qué nadie lo quería cerca y hacían como que no estaba. Que deseaba estar muerto y a la vez seguir aquí, intentándolo cada día.

Quería morir, igual.

Le había gustado la misma chica durante mas de 40 años y cada vez que creía que había seguido adelante, los sentimientos regresaban. Y no creía que jamás en su vida llegaría a sentirse así por nadie más. Ella lo rompió realmente bien y ya había aceptado que nunca seguiría adelante.

Extrañarla era una muerte por un millón de cuchillos, atravesando su cuerpo cada noche en vela. Por la mañana, aquellos cuchillos desparecían, pero las heridas seguían ahí, recordándole que el amor de su vida ya no estaba con él. Cada noche se repetía aquel procedimiento, y no podía hacer nada para detenerlo.

Incluso en sueños la veía. Había vuelto a soñar con toda la confrontación de la última vez que se hablaron que terminaba con ambos reconciliándose. Despertar era un amargo momento. Alzaba la mano, tratando de alcanzarle, pero su imagen se alejaba cada vez más de su alcance. Terminaba suspirando derrotado. Otro día más.

Era desagradable recordar todo el daño que ella le había hecho sin querer, pero que si volviera, olvidaría todo de inmediato y aceptaría. ¿Por qué era tan débil?

Ella siempre era tan superior. Tan bonita, tan acompañada, tan no necesitada de él, tan inalcanzable.

No sabía cómo explicarlo. No sabía cómo expresar la impotencia que le daba imaginarla con otras personas, riendo, mientras él estaba ahogándose en su propio dolor. No sabía cómo ser algo que extrañara constantemente. No sabía cómo poder hacerle entender lo mucho que lo estás lastimando. No sabía cómo podría superarla viéndola casi todos los malditos días.

___ no le había dado razones suficientes para odiarle. No le había dado el suficiente odio como para estar enojado con ella toda la vida.

Ella sí lo odiaba a él, pero le era suficiente con que alguna vez lo amó.

A veces solía recordar cierto momentos de dulzura entre ambos y deseaba con todo su anémico cuerpo que las cosas hubieran resultado de otra manera. Pero nunca habría funcionado entre ellos, incluso si ____ se hubiera quedado. Ambos eran simplemente demasiado diferentes.

Estaba en ese momento de su vida en que no sabía ni qué hacer. ¿Lo quería todavía? ¿Ya no? ¿Le importaba una mierda? ¿Pensaba en él? ¿Demasiado o poco?

La extrañaba. Demasiado. Pero si ella era feliz, aunque él no lo fuera, con eso le bastaba. Solo esperaba que sus nuevas influencias no lo hicieran odiarlo o que pensara que era poca cosa. Porque Stan pensaba que ella era el mundo entero.

Un día, decidió escribir una carta de despedida, para librarse de aquel sufrimiento de una vez por todas.

«No entiendo cómo pudiste encajarte en mi cabeza tan profundo como hace tiempo. Años atrás te odié, te amé, todo al mismo tiempo. Todo esto para decirte que espero que estés bien, pero tu eres la razón de todo esto. Quería que volvieras y todo siguiera como antes, pero sabía que eso ya no era posible. Tú ya no me amabas. Tú ya habías seguido adelante. Meses después, no sé cómo pude hallar el oxígeno de vuelta para poder mantenerme cuerdo. Suelo pensar en que en algún momento me olvidarás, todo lo que pasamos, todo lo que sucedía en nuestras vidas al momento de nuestro amorío. Siempre que ya estoy olvidándote, poco a poco, mi corazón rebota y se me forma un nudo en la garganta. Quiero tenerte en frente para abrazarte, tal vez besarte, pero la distancia nos lo impide, maldita distancia. No sé si verás esto, o si siquiera te llegue, pero ojalá lo haga. Me mudé a Florida, compré el único auto que quise, pero no arrancará hasta que te vuelva a ver. Te quiero de vuelta, quiero que volvamos a ser los de siempre. A esas salidas secretas, a esos besos y caricias, a que me apoyes como siempre lo hiciste a pesar de que yo siempre estuve mal. Tal vez en otra vida no me dejaste ir, tal vez en otra vida yo luché por ti con todo lo que tenía. Simplemente vuelve, no esperes a que yo lo haga».

Hizo un último viaje al centro de correspondencia, dejando la carta, esperando que esta le fuera entregada. Esperaba que siguiera siendo su dirección la que escribió.

Había seguido cuestionándose formas de suicidarse, había pasado años pensando en ellas. La cuerda le pareció la mejor opción al final.

Mirará directamente al sol, pero nunca a ella siendo capaz de estar sin él.

____ era la única chica que había amado de verdad en su vida. Y ella ya no era suya. Estaba seguro de que tenía un esposo ahí fuera. Hijos, navidades perfectas; pero él no podría saberlo.

Terminó la carta con una simple y concisa frase.

«Pero si algún día crees que te equivocaste, estoy justo donde me dejaste».

Listo, jaló un poco de la cuerda, comprobando su eficacia. Decidido, se subió en la pequeña silla y se puso la cuerda al cuello. De pronto la muerte parecía tan cerca que se sintió en paz, sintió paz cuando pateó la silla y empezó a quedarse sin aire, perdiendo lentamente la conciencia.

«Estoy justo donde me dejaste».

En un pozo de amargura y soledad. Muerto.

Y ella ya no vendría para sacarlo de ahí.

✓ WE ARE NEVER GETTING BACK TOGETHER, stan marsh.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora