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No iba a negar que me había sorprendido que Marta me llevase a un sitio así, pero más me sorprendía aún cómo trataba a cada persona de allí y el cariño y la delicadeza con la que hablaba con cada pequeño que se le acercaba.

En aquel lugar se respiraba un ambiente muy diferente a lo que había vivido antes. Por un lado el lugar era chocante, especialmente todo lo que había más allá de aquel edificio que daba un poco de luz a la zona y, por otro, era asombroso cómo esa gente te ofrecía lo poco que tenía.

Amira nos había enseñado gran parte del edificio y, justo antes de terminar la visita, nos guio hacia una sala en la que había un montón de mujeres que nos estaban esperando.

— Ellas son el principal motivo de que estemos aquí — me comentó Marta mientras tocaba suavemente mi cintura para que entrara en aquella sala antes que ella — Se están formando como mediadoras e integradoras y algunas de ellas intervienen en los propios institutos y colegios en los que están sus hijos. Ayudan y son enlace entre los padres y profesores y están formadas para intervenir en conflictos que puedan surgir.

— Suena muy interesante.

— Lo es, para ellas es una manera de salir de aquí también y mostrarse como una mujer independiente que cuida de sus hijos, pero que tiene su propio trabajo y representa cierta figura de autoridad ante los alumnos y, además, para todas estas niñas es una manera de tener unos referentes a los que seguir y ver que hay algo más allá de todo esto.

Asentí y me senté en una de las sillas que me ofrecían las mujeres. Marta se fue a saludar a una chica, un poco más joven que ella y no pude no fijarme en el cariño con el que lo hacía y el cierto acercamiento que tenía con ella.

Las mujeres me contaron lo que me había dicho Marta, pero con mucho más detalle y no paré de hacer preguntas puesto que su labor me parecía bastante importante. Estuve hablando individualmente con cada una de ellas, pero mi mirada no podía desviarse de vez en cuando hacia aquella chica que no había soltado a Marta en todo este tiempo.

— Mira, Fina, te presento a Irene.

— Encantada — saludé yo dándole dos besos. Tenía que reconocer que aquella chica era bastante guapa.

— Irene es una de las educadoras sociales que trabajan para esta asociación, se encarga sobre todo de estar con los niños, darles apoyo escolar y servir muchas veces de enlace con servicios sociales y el resto de organizaciones y la verdad es que hace un trabajo impecable.

— Tú que me miras con buenos ojos — respondió ella con una sonrisa cautivadora.

— Y bueno, creo que es una buena idea entrevistarla porque además, creo que no hay nadie mejor que ella para hablar de este lugar.

— ¿Y eso? — pregunté interesada.

— Bueno, es que yo también soy de aquí, me crié aquí con mi familia, aunque ahora ya vivo en otro sitio, pero vengo todos los días para trabajar con ellos y estar pendiente de lo que necesiten.

— Para mí Irene es el claro ejemplo para estos chicos y, sobre todo para las niñas. Tienen un referente en ella, una figura en la que ver que no por vivir en la Cañada Real estén condenadas a no ser nadie.

Estuvimos un rato más las tres hablando y quedé con Marta en que prepararía una entrevista para poder incluirla en aquel reportaje. Me fui a despedirme del resto de personas y agradecer a Amira todo lo que me había enseñado aquel día, mientras que mi jefa seguía hablando con Irene y, finalmente me fui hacia el coche y esperé jugando y hablando con algunos de los niños que estaban por allí.

— Perdóname, pero es que hacía mucho que no la veía y hemos estado poniéndonos un poco al día — dijo Marta llegando hasta el coche y con una pequeña sonrisa que nada tenía que ver con la Marta que solía estar por la oficina.

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora