18

4K 262 73
                                    

Cuando Marta me contó que quería que pasara el día con ella y con Leire, mi corazón comenzó a palpitar más fuerte de lo normal. Nos habíamos acostado, teníamos algún tipo de relación, pero que me incluyera ya en los planes con su propia hija me hacía ver que la cosa iba para adelante.

Yo misma le dije que me encargaría de ir a un sitio que estaba segura de que a ambas les gustaría y es que, desde el momento en el que la rubia me dijo que a su hija le encantaba todo lo relacionado con el arte, pensé en un sitio al que había ido yo hacía unos meses con Amelia y Luisita y que seguro que le iba a encantar. Además de que a Marta y a mí nos iba a venir muy bien para poder desestresarnos allí dentro.

Decidimos vernos antes en una cafetería que había al lado del museo Reina Sofía donde, para mí, daban uno de los mejores pinchos de tortilla y así poder desayunar cerca para ir desde allí hasta el lugar que había reservado. No habíamos quedado muy pronto, sabiendo que a mi jefa le gustaba bastante madrugar, por lo que, no queriendo ser yo la que llegaba tarde, a las 10:30 de la mañana estaba ya sentada en las escaleras del museo, con mis gafas de sol puestas, mirando a un lado y a otro para ver si aparecían por alguna de las entradas de la plaza.

— Fina — Leire fue la primera en llamarme mientras me saludaba con su mano, por lo que me levanté y fui hacia su encuentro.

La adolescente me recibió con un abrazo que me sorprendió un poco y después pasé a saludar con dos besos a Marta, aunque dejando uno de ellos cerca de la comisura de sus labios de manera disimulada.

— ¿Qué tal estáis? — pregunté después de los saludos.

— Bien, aunque siento llegar tarde, aquí la señorita que ha tardado demasiado en arreglarse.

— Es que no sabía que ponerme — protestó Leire.

— Han sido apenas dos minutos, Marta, aunque, claro, para la jefa de la puntualidad esto es algo que no se puede permitir.

— Así es — respondió ella sonriendo — Bueno, ¿con qué nos vas a sorprender?

— Primero con el desayuno porque yo, al menos, me muero de hambre.

— ¿Ah, sí? — preguntó ella mientras se mordía el labio y yo le dedique un gesto con demasiadas intenciones, porque cuando Marta me miraba así me daba igual dónde estábamos, aunque debía controlarme al tener una menor justo a mi lado.

— Yo siempre tengo hambre — le guiñé el ojo y me puse del lado de su hija para hablar un poco de nuestras cosas.

La cafetería que había elegido para el plan no estaba muy llena y, si tenía algo bueno, era que te solían atender rápidamente. Pedimos un par de cafés para nosotras y un Nesquick para la adolescente y tan solo Marta quiso seguirme en lo de la tortilla porqur Leire optó más por algo dulce.

— ¿Hicisteis ayer alguna cosa interesante?

— Salimos a cenar tranquilamente, Leire salía de clases de baile, así que tampoco teníamos tiempo para mucho más.

— Anda, no sabía que bailabas.

— Sí — respondió ella con entusiasmo — Aunque entre el baile, las clases de pintura y las extraescolares de inglés...

— No te da la vida, ¿no? — ella asintió.

— A veces me gustaría quedar con mis amigas, pero mi padre dice que mi futuro es muy importante y no puedo malgastarlo tanto en esas cosas.

— Pero también tienes que tener la vida de una persona de 13 años — dije yo.

— Ya...

— Bueno, luego siempre hay tiempo para todo — la animé.

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora