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En el momento en el que Fina se marchó por la puerta sentí todo mi cuerpo temblar. Había sido una completa idiota y, lo peor de todo, había terminado pagando con ella mis inseguridades y miedos.

Se había ido hecha una furia y tenía toda la razón del mundo porque, si lo pensaba, para mí la noche del sábado había sido una de las mejores, no cambiaría aquel beso por nada en el mundo, la delicadeza de sus manos tocando mi cara, sus labios sobre los míos, todavía lo seguía recordando a cada minuto y me producía un escalofrío. Pero el miedo me invadió en aquel instante, fui valiente durante unos segundos en los que la volví a besar yo con mayor intensidad, hasta que por mi cabeza comenzaron a crearse mil y un escenarios en los que todo salía mal y ella era la que más salía perdiendo porque al fin y al cabo yo era su jefa, aunque, a quién quería engañar, yo también perdía a una persona con la que había conseguido una conexión que jamás había llegado a sentir.

Intenté centrarme en el trabajo, pero, una vez vi que Carmen y ella se iban de la oficina, las lágrimas comenzaron a brotar por mi rostro y es que no me podía sentir más culpable de todo. Dejé que la angustia que tenía dentro se fuera transformando en llanto, hasta que unos golpes en la puerta me sacaron de aquel estado.

— Marta, acaba de llegar... — Begoña me pilló secándome las lágrimas y se acercó corriendo hasta ponerse a mi lado — Ey, ¿qué te pasa? — yo simplemente negué, intentando que no me mirara a la cara, pero era bastante complicado con ella — Marta.

— Nada, no te preocupes — pasé mis manos bajo mis ojos, intentando retirar todo el rastro.

— Claro que me preocupo, Marta — apoyó sus manos encima de mis rodillas, justo después de agacharse y comenzó a apartar mis manos de mi rostro — Mírame, ¿qué ocurre?, ¿es por Leire? — yo negué — ¿te ha hecho algo Jaime?

— No, todo está bien.

— No creo que esté bien cuando solo hay que verte la cara, Marta, cuéntame, por favor — emití un pequeño suspiro, producto de aquel agobio que llevaba y asentí levemente con la cabeza.

— La he cagado, la he cagado mucho.

— Cariño, si no me dices en qué, no voy a poder ayudarte — comentó con aquella voz tan dulce con la que siempre intentaba calmarme — ¿Es Fina? La he visto antes salir como una fiera de aquí — yo asentí.

— El sábado quedamos — conseguí vocalizar por fin y ella asintió dándome pie a que continuara — Fue maravilloso, estuvimos cenando, fuimos a un karaoke y terminamos besándonos.

— Pero eso es estupendo, Marta, se ve que a ella le gustas y creo que es bastante recíproco por tu parte, además de que creo que te hace bien, ya te lo dije.

— El problema es que después del beso me fui y la dejé ahí, sola, llena de dudas y encima cuando ha venido antes aquí no solo le he recordado que éramos jefa y empleada sino que también la he mandado con Carmen como si me estorbara. Lo he hecho fatal, Begoña, seguro que me odia.

— Ay, Marta — volví a enterrar mi rostro entre mis manos, pero mi amiga no dejó que aquel gesto durara demasiado — Lo importante es que te has dado cuenta de que la has fastidiado, habla con ella, no dejes que el tiempo pase y cuéntale tus miedos, creo que Fina es lo suficientemente madura como para darse cuenta de ello y perdonarte, pero si lo dejas pasar se va a ir haciendo todo una bola.

— Ya, pero es que seguro que no me va a ni a mirar, no creo que quiera hablar conmigo.

— Inténtalo, no pierdes nada, cuando venga del reportaje llámala, hablad cuando no haya aquí nadie y dile las cosas claras, cuéntale tus miedos, por qué actuaste así.

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora