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Estaba cansada de siempre lo mismo. No sabía cuántas veces tenía que decirle a todos que los artículos debían estar preparados con antelación, que en el mundo del periodismo quién saca primero la noticia se lleva la exclusiva, pero no, ellos siempre con la calma, como si les diera igual absolutamente todo.

Cogí una pastilla del bote que tenía en mi cajón y bebí un sorbo de agua para que pasara. Llevaba varios días con un dolor de cabeza horrible y es cierto que la doctora, a la que había ya acudido por exigencias de mi socia Begoña, me había dicho que era estrés y que tenía que rebajar el ritmo de trabajo, pero era imposible viendo la cantidad de ineptos que teníamos como empleados.

Entré en el correo para revisar los últimos mensajes que me habían llegado y, una vez más, volví a ver aquel que me llevaba martirizando durante bastante tiempo. Le había dicho un montón de veces que no usara el correo oficial para estos temas, pero aquella persona seguía insistiendo una y otra vez. Cerré el portátil con un poco de mala leche y me decidí a caminar por la oficina.

Era la hora de la comida y la mayoría habían salido a comer fuera, sin embargo, yo me apañaría de nuevo con un sándwich de la máquina y otro café con el que sobrellevar las horas de sueño que tenía encima. Confirmé que apenas había dos trabajadores en sus mesas, hablando entre ellos distendidamente, y me acerqué a la máquina aprovechando que no había nadie.

Cogí un sándwich de pollo y me volví a encerrar en mi despacho mientras le pedía a mi secretaria que me pasara todas las llamadas que había ido aplazando durante la mañana. Ojeé también un par de documentos y entre ellos encontré el contrato de la chica nueva que había entrado hoy.

Si lo pensaba, había sido un poco cruel cuando la había visto, pero al ver a Luisita me había puesto ya de los nervios. Seguramente me estaría odiando y pensando que menuda jefa le había tocado porque además había decidido pagar con ella mi frustración del día y mandarle que archivara el montón de papeles que sobrepasaba ya mi mesa. Le eché un vistazo y no pude no reparar en la sonrisa que se reflejaba en la foto que había adjuntado para subirla a la web donde se estaba todo el elenco que trabajaba en el periódico. Había hecho varios másters, uno de ellos especializado en estudios feministas y de género y había conseguido hacer las prácticas en uno de los medios más importantes del país y que formaban parte de nuestra competencia más directa. Sin duda, parecía un gran fichaje y que podría avanzar desde su puesto de becaria.

Terminé de firmar los apartados del contrato que me quedaban y se los envié a mí secretaria para que le hiciera también una copia a aquella chica y así poder oficializarlo todo.

La puerta de mi despacho sonó con unos pequeños golpes y Begoña asomó la cabeza antes de entrar definitivamente.

— No me digas que hoy también has comido un sándwich de esos — soltó mirando el envase que todavía reposaba encima de mi mesa.
— Alguien tendrá que sacar adelante todo esto.
— Pues sí que estás tú de buen humor hoy, eh.
— Los de Barcelona no quieren apostar por la nueva sección, la cantante esa de moda que tanto adora tu hija ha rechazado la entrevista porque tiene la agenda ocupadísima y encima creo que nos van a faltar cuatro artículos para la edición de mañana.
— Joder, pues sí que ha ido mal la reunión. Déjame lo de la cantante, ya sabes que yo tengo muy buen don de gentes, los artículos sabes que terminarán saliendo y lo de la sección, ellos se lo pierden.
— Qué fácil solucionas todo — dije resoplando y soltando el bolígrafo que tenía entre las manos. — No sabes cómo hecho de menos no tenerte a jornada completa aquí.
— Me importa también mi vida familiar, ya lo sabes.
— Sí, aunque todavía no me hago a la idea de que además de mi mejor amiga seas mi cuñada. Andrés no sabe el partidazo que se llevó todavía.
— Se lo recuerdo todos los días — respondió sonriendo.

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora