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El fin de semana había terminado y, muy a mi pesar, me había tenido que despedir de Leire que volvía a casa con su padre. Al final y especialmente gracias a Fina, había conseguido acercarme un poco a mi hija y conocer también algunos de sus gustos.

Después de la comida que habíamos tenido con la morena, en la que Leire habló más de lo que había hablado en todo el fin de semana, tuvimos que volver a casa para recoger sus cosas e ir hasta la casa de su padre. Jaime apenas me saludó en aquel encuentro, pero mi hija me dio un abrazo justo antes de entrar dentro de su otro hogar y para mí aquel gesto hizo que realmente mereciera la pena. 

Ahora, como cada lunes, había madrugado como de costumbre, había cogido un café para llevar en una de las cafeterías que más pronto abrían cerca de las oficinas y había subido hasta mi despacho para poder organizar todo, plantear las entregas de la semana y cuadrar la revista y que así todo estuviese bien. Me sentía más contenta de lo normal, me había puesto incluso algo de música para hacer todo aquel trabajo y confirmé en una nueva organización de mujeres en la que colaboraba para que Fina y yo fuésemos esta misma tarde para seguir con nuestros reportajes. 

Sobre las nueve comenzaron a llegar varios de los trabajadores, la morena fue una de ellas, como solía hacer siempre y, por ello, le dejé un aviso en el correo para que sobre las 10:30 se pasara por mi despacho y así poder hablar. Begoña también llegó más pronto de su horario y, en cuanto piso la oficina, lo primero que hizo fue acercarse hacia mi despacho. 

— Te veo muy contenta — mi amiga y cuñada cerró enseguida la puerta del despacho y se sentó en la silla que quedaba justo enfrente de mí. Yo me quité los cascos y apagué la música que se reproducía desde el ordenador — Bueno, escuchando música y todo, esto es que ha ido muy bien, porque, hija, últimamente parecías un alma en pena que no tenía ganas ni de eso, con lo que te gusta a ti.

— Fue bien, mejor de lo que esperaba — confesé — De hecho hasta me dio un abrazo al despedirse y creo que este acercamiento se lo debo en parte a Fina.

— ¿A Fina? — preguntó extrañada — ¿te la has follado mientras tenías a tu hija en casa?

— Qué bruta eres — le reprendí — Claro que no.

— Pero te hubiese encantado — quiso sentenciar ella.

— Ese no es el caso ahora — hice caso omiso a sus palabras y continué contándole lo que había pasado — Nos la encontramos el domingo en el Retiro y resulta que a Leire le cayó muy bien porque llevaba la camiseta de una de sus cantantes favoritas. Una tal Lola Índigo, que, por cierto, he escuchado una canción suya y visto el videoclip y no me extraña que le guste a Fina.

— Está muy buena, sí, lo que me extraña a mí es que tú no la conocieras.

— Ya ves — dije haciendo una pequeña mueca — Se pusieron a hablar y parece que congeniaron bien, así que me atreví a invitarla a comer con nosotras y en mitad de la comida Leire decidió saltarle a Fina que yo también era lesbiana.

— ¿Y no quisiste matar a tu hija en ese momento?

— Un poco, no te voy a mentir, pero Fina supo llevársela a su terreno y logró que Leire me entendiera a mí un poco y que cambiara esa concepción que tenía hacia mí y que le había ido metiendo su padre. Al final me involucraron a mí en sus conversaciones y, sinceramente, hacia mucho tiempo que no disfrutaba de un momento así.

— Te está cambiando por completo y poco a poco estás volviendo a ser la Marta se la que yo me hice amiga, esa Marta que conocí y que no era tan estirada como la de ahora. Me gusta mucho para ti, te lo digo muy en serio. Vais a acabar juntas y no tengo ninguna duda.

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora