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No entendía bien el carácter que tenía esta mujer. Es verdad que la conocía desde hacía menos de 24 horas, pero el hecho de ser amable conmigo y al segundo hablarme de aquellas formas me había contrariado completamente.

Dejé que saliera ella con margen y después hice yo lo mismo, encontrándome en una esquina con Carmen y Luisita que me esperaban mientras la segunda fumaba tranquilamente.

— Le he dicho a Amelia que se venga también a tomar algo, que ya había terminado de grabar — informó la rubia antes de dar una nueva calada a su cigarrillo — Además, tiene muchas ganas de verte, que dice que últimamente apenas quedáis.
— Me tiene que odiar, pero es que mi vida ha sido un desastre en los últimos meses — contesté recordando un poco todo a lo que me había tenido que enfrentar hasta conseguir aquel puesto de becaria.
— Es imposible que Amelia odie a alguien y menos a ti — sonreí y me apoyé en la pared del edificio.

Había sido un día largo y estaba algo cansada, pero mis nuevas compañeras habían insistido bastante en ir a tomar algo y me sentía mal si declinaba la oferta. Esperamos a que Claudia terminara de bajar puesto que había estado liada con un artículo de última hora y, cuando salió, nos encaminamos las cuatro hasta un bar de Malasaña que había abierto hacía poco tiempo y al que, por supuesto, Luisita ya había acudido con Amelia para dar el visto bueno.

El metro nos dejó bastante cerca del local. La puerta estaba llena de gente fumando y hablando con su bebida en la mano y la música salía desde aquellas cuatro paredes en las que la gente estaba sentada alrededor de varias mesas diversas.

El camarero que se acercó a la puerta a recibirnos nos indicó una mesa que había reservado ya Luisita, como si supiera que nadie le iba a decir que no a las propuestas de sus planes y, tras dejar nuestras pertenencias en el taburete que nos sobraba, pedimos una cerveza y nos sentamos tranquilamente.

— ¿Qué tal ha ido tu primer día? — preguntó Claudia mientras se llevaba a la boca el botellín que nos habían traído ya rápidamente a cada una y le daba un primer sorbo.
— No ha estado mal, aunque he terminado de papeles hasta las narices. ¿Siempre hay tanto que archivar?
— En verdad no, cariño, pero digamos que esos papeles llevaban semanas ahí y la jefa ha decidido que tú ibas a ser la pringada que tenía que clasificarlos.
— Fíjate que no me parece nada raro, yo creo que no me puedo ni ver.
— A ver, Marta es una persona muy suya y que está siempre centrada en sus negocios, pero no creo que sea tan así, simplemente tiene sus momentos.
— Eso es porque no has escuchado tú la bordería que me ha soltado antes en el ascensor cuando salíamos.
— ¿Marta ha salido a la misma hora que nosotras? — preguntó Luisita extrañada — Eso sí que es algo difícil de creer.
— ¿Por? — pregunté extrañada — Bajó conmigo y salió enseguida después de pegarme un buen corte. Ilusa yo la invité a venir con nosotras — dije provocando las risas de las otras tres.
— Es que digamos que Marta está en un nivel muy superior a nosotras, no la vería yo jamás en un local como este la verdad. Además, se pasa los días metida en la oficina, yo creo que hasta vive allí y más desde que se rumorea...

Carmen no terminó su frase porque la entrada de Amelia la interrumpió por completo. Mi amiga me abrazó por la espalda y yo, al sentir que era ella, me dejé envolver por aquel aroma que me resultaba tan familiar.

Amelia y yo éramos amigas desde pequeñas. Ambas veníamos de un pueblito pequeño y, tras unos años separadas, nos volvimos a encontrar en aquella ciudad que promete oportunidades para muchos, pero que a veces, si te dejas llevar por la corriente de sus gentes, te puede envolver de tal manera que te encuentres demasiado perdida. La morena fue un poco mi salvavidas después de que llegara allí buscando una oportunidad, alejada de todas mi familia, pero encontrando en ella de nuevo a parte de ella.

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora