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No me lo podía creer, no sé cómo había sido capaz de plantarse aquí, en mi propio trabajo y tampoco cómo no se me había ocurrido a mí prohibirle la entrada desde el primer momento en el que pasó todo.

Jaime cerró la puerta de mi despacho y se plantó justo enfrente de mi mesa con gesto serio. Me levanté de mi asiento para quedar a la misma altura, porque si algo no me gustaba de él era su muestra de superioridad en gestos que podrían parecen insignificantes como aquel, y me crucé de brazos mirándole fijamente.

– ¿Qué haces aquí? – le pregunté en un tono bastante serio.

– Si tú no vas donde hemos quedado, tendré que venir yo para ver si así me puedes escuchar de una vez – respondió el elevando el tono.

– Lo primero de todo, a mí no me hables así y lo segundo, si no he ido, creo que por algo será – dije tajante – Debería haberte quedado bien claro que no quería volver a verte si no es con mi abogado estando presente, pero parece que a ti todo te da igual y que lo único que quieres es seguir haciéndome daño y hundirme en la miseria.

– ¿Yo te hago daño? – soltó indignado – Te recuerdo, por si se te ha borrado de la mente, que te pille con otra persona, con una mujer para ser más exactos, y encima soy yo el que te hace daño.

– Mira, Jaime, nuestro matrimonio estaba más muerto que otra cosa y quizás era por la cantidad de veces que me fuiste tú a mí infiel, que si estábamos juntos era por las malditas apariencias que tanto querías mantener para que tu grupo de amigos y mi queridísimo padre no sospecharan nada, porque no sé si seguías pensando que ibas a ser su heredero universal. Que yo estaba harta, ¿me entiendes? Harta de ver como cada día estabas con una distinta y si aguantaba era por Leire, para que no sufriera, pero la que está sufriendo ahora soy yo. Y encima, te tengo que recordar a ti también que si nos pillaste fue porque me espiabas, me seguiste hasta aquel apartamento para ver qué era lo que estaba haciendo.

– Hombre, como comprenderás no es nada sencillo ver como mi esposa se estaba acostando con una mujer y que ahora le iba otra cosa.

– No sé en qué momento pude aceptar casarme con una persona tan machista, homófoba y con una pensamiento tan de troglodita, sinceramente. Y sí, Jaime, perdona que te lo diga, pero me gustan las mujeres y mientras tú desaparecías cada noche, descubrí quién era de verdad, lo que quería realmente en mi vida y lo que me hacía feliz, así que casi que me alegro de que nos pillaras para poder ser quien soy ahora. Y ahora, dime, ¿para qué has venido? – pregunté entornando los ojos con cierta frustración.

– Lo sabes perfectamente.

– Tengo mis dudas – respondí con cierta ironía.

– Quiero la casa y no voy a parar hasta que sea mía. Además, Leire necesita estar en su hogar, cerca del instituto y de todos sus amigos y me niego a separarla de todo ello.

– Pero separarla de su propia madre sí que puedes y hablarle mal de mí para que me termine odiando también, ¿no?

– Como comprenderás, no en nada fácil para una chica de trece años saber esas cosas de su madre.

– Sí que lo podría ser, otra cosa son los pájaros que tú le metes a ella en la cabeza y todo lo que evitas no contarle. ¿Por qué no le has dicho también el motivo de que su madre se quedara llorando por las noches?, o ¿por qué su queridísimo padre faltó a tantos de sus cumpleaños? Eso ahora no importa y la que ha quedado como mala madre soy yo y más en una edad en la que son tan influenciables como en la que está ahora.

– Mira, no he venido a discutir contigo – quiso sentenciar él, pero yo no estaba tan por la labor.

– Qué poco te interesa cuando hablamos de ciertos temas...

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora